La última noche de la humanidad

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

En línea recta hasta el final

Las historias básicas también pueden ser buenas historias. Eso es lo que viene a probar La última noche de la humanidad, una película de premisas bien simples que recorre el trayecto que va desde el punto inicial al final por el camino más corto: la línea recta.

El relato se enfoca en la resistencia de un grupo de jóvenes a una invasión extraterrestre. Hay dos detalles peculiares. Uno: los alienígenas son como ectoplasmas luminosos, invisibles salvo cuando entran en contacto con una fuentes de energía eléctrica. Dos: el escenario es la ciudad de Moscú, en cuyo paisaje urbano conviven los suntuosos palacios de la época de los zares, los edificios grises y funcionales del régimen comunista y las actuales construcciones corporativas de los magnates rusos.

La historia es básica porque se reduce a una serie de fugas, enfrentamientos y encuentros más o menos casuales. Todos los personajes están al servicio de la acción. Los principales son cuatro jóvenes norteamericanos: dos chicos y dos chicas que se conocen en la capital rusa y sus vidas se unen por la fuerza de las circunstancias.

Si bien cada uno de ellos tiene un temperamento definido, que incidirá previsiblemente en su destino, lo que prima son los movimientos grupales. Hay algún que otro conflicto a la hora de tomar de decisiones, pero el enemigo es tan poderoso que el instinto de solidaridad se impone y les permite sobrevivir.

Los efectos de 3D no son nada impresionantes y su mayor virtud consiste en que no distraen con ornamentos visuales el curso de la historia. Desde el principio, todo se reduce a saber si los personajes podrán escapar vivos de Moscú y volver a los Estados Unidos.

Y lo que podría ser un defecto dramático, el hecho de que los villanos prácticamente no tengan caras y sean sólo nervios de luz, es compensado por el ingenio y la estrategia que exige combatir contras esas formas abstractas.

La última noche de la humanidad es una máquina cinematográfica de entretenimiento puro, que incluso podría ser calificada de "decente" u "honesta" por aquellos que consideran que la ideología importa en el cine.

Su visión del género humano es tan optimista que hasta los rusos son presentados como gente maravillosa, aunque tal vez esto se deba más a las firmas en cirílico de los productores que a la convicción de los guionistas.