La última noche

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

UNA NOCHE DE VACÍAS PRETENSIONES

“Pretencioso” es un término que suele usarse en la crítica de cine para aquellas películas cuyos resultados están muy distantes de sus ambiciones. Es decir, aquellos films que ya desde el vamos quieren quedar en la memoria de los espectadores a partir de temas supuestamente importantes, despliegues estéticos que quieren ser impactantes o trucos narrativos que buscan ser astutos, o todo eso junto. Y que muchas veces caen en obviedades discursivas, abusan del exhibicionismo audiovisual, se muestran finalmente predecibles y caen en el golpe bajo, o todo eso junto.

Lo cierto es que ese concepto aplica bastante para La última noche, que a pesar de su estructura ciertamente pequeña quiere ser una película de esas que “nos hace reflexionar”. El relato arranca centrándose en la que parece ser una típica reunión de amigos y familiares en una casa de campo en el Reino Unido, aunque progresivamente nos vamos dando cuenta que todos están a la espera de un evento apocalíptico, que es tan inevitable como arrasador para toda la humanidad. De ahí que lo típico pase a ser atípico y que la fingida normalidad se vaya cayendo a pedazos, lo que le permite a la ópera prima de Camille Griffin desplegar toda clase de tensiones y conflictos en un espacio muy acotado.

Pero Griffin no solo quiere construir una especie de comedia negra con rasgos dramáticos que van ganando peso a medida que transcurren los minutos. También quiere delinear una especie de pintura entre íntima y social, donde los integrantes de ese grupo variopinto son en buena medida representaciones de distintas posturas y miradas sobre el mundo. Está entonces el matrimonio bastante tradicional que se aferra al conocimiento mutuo, pero no sabe qué hacer con los planteos de uno de sus hijos; la pareja lésbica; el matrimonio al borde de la crisis; y la pareja interracial, todos aportando sus respectivos puntos de vista sobre temas tan debatibles como la muerte, la vida, el amor, los niveles de verdad, la maternidad, el sufrimiento e incluso el genocidio. El problema no está tanto en las ambiciones, sino en las formas en que Griffin quiere llevarlas a su concreción.

Porque la verdad es que Griffin rara vez sale de lo estereotípico y las obviedades, en una película que, a pesar de durar tan solo una hora y media, luce estirada y deshilachada. Hay una falta de rumbo alarmante en la primera hora, que lleva a grandes dificultades para plantear la premisa, hasta que recién en el último tercio el film aprieta el acelerador para redondear su anécdota. Para peor, ese acomodamiento de piezas se da a través de una secuencia tan arbitraria como manipuladora, con un par de decisiones muy cuestionables. Si a eso le sumamos que ninguno de los personajes adquiere verdadera entidad y están solo para ser funcionales a los giros del guión, tenemos una experiencia entre intrascendente e irritante. Pero eso sí, con un montón de nombres importantes (Keira Knightley, Matthew Goode, Annabelle Wallis, Lily-Rose Depp, Lucy Punch, Rufus Jones) haciendo todo rápido y de taquito. La última noche es un film que quiere ser muchas cosas, pero es la nada misma.