La última noche

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

En La última noche, un grupo de viejos amigos se reúne para festejar lo que es su última Navidad, en el último día de sus vidas. El mundo se está por terminar debido a un gas venenoso que se extiende por todo el planeta. A pesar de la terrible situación, deciden pasarla lo mejor posible en una casa de campo en el Reino Unido, en la que vive el matrimonio protagonista con sus hijos (Keira Knightley interpreta a la madre y Matthew Goode, al padre).

La reunión empieza a subir la tensión de sus intercambios y el dramatismo de sus diálogos, aunque los participantes no dejan de bailar, reírse, cantar y decirse verdades comprometidas. Los niños, sobre todo Art (Roman Griffin Davis), cuestionan un poco lo que está pasando.

El Gobierno dispuso una píldora para que la población ingiera y pueda morir sin dolor antes de que el gas la alcance. Art cuestiona esa decisión y a los científicos que la respaldan porque cree que pueden estar equivocados.

La ópera prima de Camille Griffin se erige como una suerte de alegoría navideña apocalíptica, una comedia negra sobre el fin de los tiempos y el cambio climático. Y es muy difícil no asociarla al presente pandémico, ya que su doble lectura (la del cambio climático y la de la pandemia) está tan bien construida y es tan corrosivamente inteligente que destierra cualquier comentario apresurado.

Haya estado o no en las intenciones de la directora hacer una referencia directa a la pandemia, la película tiene elementos que indican esa alusión. Si bien algunos la tildaron de alegato antivacuna, lo cierto es que La última noche intenta ser una película crítica y honesta, que trivializa los peligros de la peste sin caer en el negacionismo. Es decir, la reconoce y llama al cuidado, pero termina diciendo que, después de todo, no es para tanto.

Las reminiscencias de La Niebla se imponen. Sin embargo, la película de Griffin está más pegada al presente que al género en el que está parada, y es eso lo que le da un valor extra, una importancia significativa y, desde luego, un interés particular. Si la película se hubiera estrenado hace tres años, hubiera sido una más del montón. Pero es el presente y la coyuntura mundial lo que le da el valor que tiene.

Griffin logra mantener el ritmo y la atención del espectador hasta el final. El timing de las actuaciones, los diálogos y cómo se va develando de a poco lo que pasa alrededor de los personajes es una muestra de efectividad narrativa. Película pequeña y felizmente coyuntural, polémica por obligación, descarada y con un humor entre oscuro y naif, la guionista y directora sabe cómo esparcir su postura sin quedar mal, una postura esencialmente optimista y esperanzadora.

La última noche constata que el cine es el arte del presente. Y que todo cine es político, incluso cuando una película no menciona nada que tenga que ver con la política. Se puede estar en un término medio o no inclinarse ni por el extremo derecho ni por el izquierdo, pero siempre se toma partido y nunca hay posiciones neutrales.