La tierra roja

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Más denuncia que cine

En medio de una cartelera en la que es más fácil encontrar una película de digestión rápida que un cine de autor, cuesta pegarle a “La tierra roja”. Diego Martínez Vignatti tuvo toda la intención de hacer una película de denuncia para exponer las consecuencias nefastas del uso de los agrotóxicos en la selva misionera. El realizador argentino radicado en Bélgica hizo foco en el salvajismo de las papeleras y puso en relieve ese contraste entre los empresarios extranjeros, que hablan cruzado para parecer más ajenos, y los nativos, que necesitan como el agua un trabajo para llevar el pan a la casa. Esa intención, valiosa, con un mensaje social ejemplificador, está lograda parcialmente, porque pierde peso por algunas imperfecciones en el guión y porque, como suele suceder en muchos realizadores, se mixturó géneros para sumar erróneamente atractivos a la trama. Y en cine, como en tantas expresiones del arte, muchas veces menos en más. En “La tierra roja” no hay humor ni terror (al menos en el formato clásico), pero hay drama; hay una suerte de culebrón fallido entre el protagonista y la maestra revolucionaria del lugar; hay acción que muta en una suerte de western, que tampoco llega a plasmarse del todo; y sobrevuela desde el principio al final el mensaje de “la lucha continúa”. Esa frase es el emblema de toda la película, tanto es así que cuesta ser tan duro con un director que se la jugó por levantar banderas sociales y defender a los más vulnerables a través de una película. Sobre todo cuando el cine norteamericano de la industria apuesta a ideas repetidas y dejan expuesta cada vez más su falta de imaginación. Pero el séptimo arte es mucho más que una denuncia, y el cuento que mejor llega a destino es el que está bien contado.