La tierra roja

Crítica de Marcela Barbaro - Subjetiva

LA NATURALEZA COMO EXCUSA

Un paneo recorre la exuberancia natural del monte misionero, el sonido ambiente completa una imagen que se volverá la principal protagonista de La tierra roja, tercer film del cineasta Diego Martínez Vignatti (La marea y La cantante de tango), en coproducción con Argentina, Bélgica y Brasil.

Esa primer imagen será el escenario para desarrollar el tema central: la contaminación ambiental. El conflicto surge en manos de una empresa multinacional dedicada al papel que tala árboles y esparce agrotóxicos en las plantaciones del lugar. Ese trabajo está en manos de Pierre (el belga Geert Van Rampelberg, ganador del Oscar por Alabama Monroe), encargado del lugar y, paralelamente, entrenador de rugby de un equipo local de jóvenes de clase media alta. Radicado en Misiones hace tres años, Pierre mantiene una relación sentimental con Ana (Eugenia Ramírez), una maestra y activista política que lucha por los derechos de los lugareños, quienes sufren las consecuencias de la contaminación: problemas en la piel, malformaciones en los bebés y todo tipo de enfermedades cancerígenas. El diagnóstico médico confirmado por el doctor Balza (Enrique Piñeyro, en su rol de denunciante) alerta a la población sobre la toxicidad a la que están expuestos los peones rurales y los habitantes del lugar. El reclamo social no tarda en aparecer ante las autoridades gubernamentales que hacen la vista gorda. Los gremios se alinean y Pierre deberá enfrentar un nuevo dilema.

A partir de la dicotomía hombre-naturaleza, la puesta en escena gira en torno al accionar del protagonista, a través del cual se subrayan los contrastes de clase dentro del pueblo. Su rol de capataz dista mucho de la camaradería ante su equipo de rugby; pero no sólo se marca esa diferencia entre las escenas que se van intercalando, sino también las características de cada grupo bien contrastadas desde lo físico y actitudinal. A los peones se los muestra débiles, sumisos y en contacto con el material que los enferma, a diferencia de los rugbiers que destilan felicidad, salud y vitalidad. Desde otro lugar, Ana, en su rol de maestra, ayuda a los lugareños y se muestra comprometida políticamente a defender los derechos de su gente. Otro tanto, pasa con el médico, un idealista que pretende llevar su verdad para denunciarla ante el gobernador (Lorenzo Quinteros en una breve aparición). Los tres personajes responden a estereotipos bien radicalizados. La falta de matices lleva al espectador a predecir sus acciones, a lo esperable.

La película va construyendo un discurso apelativo orientado a denunciar un tema de actualidad, y eso está muy bien, pero detrás de esa buena intencionalidad aparecen otros temas relacionados: la explotación laboral, el clientelismo político, la diferencia de clases, la corrupción, el abuso de poder y la pobreza. En ese afán por querer “decir todo” en 104 minutos, la película falla narrativamente. A esto se suma, la historia de amor entre Pierre y Ana con todo lo imaginable y redundante de una atracción entre dos seres tan opuestos.

Martínez Vignatti, radicado en Bélgica desde finales de los noventa, logra desde lo formal mantener una tensión latente en torno al surgimiento del movimiento gremial de los trabajadores rurales. Esa sindicalización de los peones se muestra idealizada frente a la mano dura del gobierno de turno, y también era algo esperado en sus enfrentamientos.

Dentro de lo que podría denominarse un cine orientado a “desastres ecológicos”, como Erin Brockovich (salvando las grandes diferencias), La tierra roja se queda a mitad de camino de esa denuncia inicial que parecía contundente, para diluirse a través de un guión que recurre a lugares comunes y golpes de efecto.

LA TIERRA ROJA
Argentina/ Bélgica/Brasil, 2015.
Dirección y guion: Diego Martínez Vignatti. Intérpretes: Geert Van Rampelberg; Eugenia Ramírez, Enrique Piñeyro, Marcello Crawshaw; Héctor Bordoni, Lorenzo Quinteros. Fotografía: Diego Martínez Vignatti/ Sonido: Dirk Bombey/ Dirección arte: Miguel Ojeda/ Vestuario: Bea López. Duración: 104 minutos.