La teoría del todo

Crítica de Verónica Stewart - A Sala Llena

La teoría de la intimidad.

Un hombre en silla de ruedas juega con sus hijos en el living. El hombre no puede hablar, y una computadora en su silla lo hace por él. Utiliza su voz robótica para decir “exterminate, extermínate” y jugar a ser un dalek, un clásico robot de la serie inglesa Doctor Who. Aprovecha que, a diferencia de él, esta voz tiene acento norteamericano, y la hace decir frases célebres de películas de Hollywood. Sus hijos ríen, la silla destroza y desordena terriblemente el living. Su esposa, desde la cocina, mira la escena irritada: no puede estudiar. La mujer es Jane Wilde, y el hombre en la silla de ruedas es Stephen Hawking, “el” Stephen Hawking. Pero nada podría importar menos.

La Teoría del Todo hace alusión desde su nombre a la búsqueda de toda la vida del famoso físico: la de una fórmula que lo explique todo. Una ecuación sencilla y elegante, como él mismo la describe, que encierre la verdad sobre el funcionamiento del universo en su totalidad. Stephen Hawking aún no ha logrado dar con ella, pero está claro que si alguien puede hacerlo, es Stephen Hawking. Estamos hablando de un hombre que, como tema de tesis para su doctorado en Cambridge, eligió un concepto tan amplio y complejo como el tiempo y, en ella logró demostrar que el mismo tenía un comienzo. Un hombre que, a pesar de la enfermedad motora que lo afectó desde muy joven, jamás abandonó su esencia como físico.

Sin embargo, “nosotros” estamos hablando de eso. Nosotros, como sociedad, aprendimos a tomar a Stephen Hawking como un parámetro no sólo de inteligencia sino también de lucha y fuerza de voluntad. Pero La Teoría del Todo no cae en ese cliché simplista. Por el contrario, decide no mostrar al Stephen Hawking famoso que todos admiramos, sino simplemente a Stephen. El físico brillante. El estudiante universitario que hace ridiculeces con sus amigos. La víctima, como tantos otros, de una terrible enfermedad.

Pero, por sobre todas las cosas, la película es sobre Jane y el vínculo que tiene con Stephen, y logra ilustrar la relación amor-odio que germina de la semilla de una enfermedad, lo compleja que se vuelve la dinámica familiar cuando hay que cuidar a alguien constantemente, lo doloroso que es para el enfermo no poder cuidar de sí mismo y para quien lo cuida verlo en ese estado de absoluta impotencia. No es casualidad que la película haya estado basada en un libro escrito por la misma Jane, y no en aquel del cual pide prestado el título.

La Teoría del Todo no está ni cerca de teorizar sobre un todo. Pero sí logra teorizar sobre una realidad más íntima e inmediata en la que es tanto más fácil entrar como espectador. Podrá no cumplir con la premisa que su título promete, pero logra mucho más. Logra, actuación sublime de Eddie Redmayne mediante, mostrarnos el lado humano (y no mítico) de Hawking. Logra mostrarnos a Jane como una mujer cuidando al hombre que ama, tal como Stephen es un hombre que simplemente continúa haciendo lo que le apasiona. Un hombre humano como todos que, mientras descansa de teorizar sobre agujeros negros y el origen del universo, se divierte imitando daleks y voces de famosos en clásicos hollywoodenses.