La teoría del todo

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

The Hawking's Speech

The Theory of Everything es una película típica de la temporada de premios más grandes. Carnada para el Oscar se las suele llamar. Un film de gran producción y con sólidas actuaciones centrales, pero que no rompe con las limitaciones que suelen encontrarse en apuestas biográficas de este estilo. Es un trabajo típico de esos que tienden a disfrutar los votantes de la Academia, que años atrás consagraron a The King's Speech y sentaron jurisprudencia para lo que se podría llegar a hacer después.

Sea que a uno le interese la física o no, de una forma u otra se conoce a Stephen Hawking. Más allá de sus teorías sobre agujeros negros o demás aportes a la materia, la propia imagen del hombre en silla de ruedas e incapaz de hablar por sí mismo a excepción de por un aparato generador de voz es mundialmente conocida y le ha dado múltiples apariciones con distinto grado de seriedad tanto en cine como en televisión. Quizás quien no se haya dedicado a estudiar en detalle o siquiera leído algo relacionado a la vida del físico conozca cómo fue el camino previo hacia ese estado, pero sin lugar a dudas sabe el destino al que llegará. Y con eso se plantea una doble situación que el film de James Marsh (Man on Wire) no termina de resolver como para llegar a ser algo mejor de lo que es.

Ocurre que el mérito de la película viene por el lado de Jane Wilde y no el de Stephen Hawking. Ese es el personaje más interesante que hay para explorar. Sí, no hay dudas de que el galardonado físico, el más grande de nuestros tiempos, es un sujeto que merece análisis, pero no tanto en un drama romántico sobre su relación a lo largo de los años con esta estudiante de artes y madre de sus hijos, porque es la faceta menos conocida la que necesitaba ser explorada. La película es siempre más interesante cuando se centra en el personaje de Felicity Jones y el desafío que tiene que afrontar, al cuidado de un genio que no quiere más ayuda que la de ella y de hijos pequeños que necesitan tanta o más atención. El ser un soporte, una piedra angular en la vida del teórico, es el ejemplo de lo que no se suele ver: la sombra detrás del icono, quien lo acompaña hora tras hora en una vida que no se compone exclusivamente de charlas frente a una audiencia o de presentaciones de libros.

Al querer explorar las dos caras de la moneda, el guión de Anthony McCarten desaprovecha la posibilidad de explotar del todo un costado inédito por seguir las pautas de una biopic tradicional. Eddie Redmayne hace un trabajo notable en la piel de Hawking, una mímica perfecta de gestos faciales y motrices que no por nada lo han puesto en el centro de atención como el gran candidato a irse a casa con el Oscar. Algo excéntrico en sus primeros años y ya perfilado a la gloria desde entonces, carga una personalidad amigable y compradora que se mantiene, con altibajos, siendo un adulto consagrado. Y el joven londinense lleva a cuestas un film en el que brilla como en ningún otro proyecto en el que participó a la fecha, en el que hace que su sufrimiento se perciba como real cada vez que la cámara lo toma.

Pero una película biográfica que trata de condensar dos décadas de eventos que podrían considerarse históricos, evidentemente acarrea un costo. El querer mostrar los descubrimientos de Hawking cruzándolos con sus dramas personales es ambicioso y eventualmente no se destaca ni en un lado ni en el otro. Sus estudios y teorías son entradas de manual señaladas con resaltador, sin ahondar en su proceso sino mostrando resultados una y otra vez. Igual caso se da con el progreso de su enfermedad, estabilizada durante ciertos fragmentos hasta que llega el momento de otra crisis. Y lo que más sufre, en ese sentido, es el costado romántico.

Las licencias elípticas que el film se toma llevan a saltos de años que se devoran la infancia de los niños y el malestar creciente de Jane Wilde. Jones hace un buen papel a la hora de reflejar su condición de "mujer sola" al frente de una familia que no es normal y la película es siempre mejor cuando se concentra en ella. Pero los problemas puertas adentro parecen ir en contra de la idea de biopic liviana de los productores, una feel good movie inspiradora que toma las crisis como simples baches en el camino y que por ese motivo no hay una sincera explosión sentimental de ninguno de sus protagonistas.

Sí, hay un gran trabajo de sus protagonistas, una gran musicalización de parte del islandés Jóhann Jóhannsonn y una muy buena fotografía de Benoît Delhomme, que usa luces y colores en forma tal que ciertamente se hace notar. Pero la incapacidad de acotar el abanico de posibilidades y limitarse al aspecto romántico, el menos familiar y por eso más suculento de un film así, conlleva a que muchos pasajes claves sean tocados en forma casual, graves problemas familiares sean manejados con simpleza y que los personajes claves se conviertan en figuras sin pleno desarrollo cuyos cambios sean impuestos antes que naturales. Así se obtiene una biopic más clínica o de enciclopedia. Por ese motivo lo mejor está al comienzo, en los años de formación, cuando todas las vertientes están más condensadas y se permite secuencias bellas como la del baile universitario y la anécdota del jabón en polvo.