La sospecha

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

Es difícil sentarse a ver los platos fuertes de la temporada hollywoodense; saber que un film está en cierto modo fabricado para los premios pero es además un film como tantos otros. No se si las intenciones del director Denis Villenueve contemplaron el aire ‘oscarizable’ que sobrevuela en “La Sospecha”, pero es un factor a tener en cuenta. Hay de hecho películas que exceden este tipo de consideración y son aquellas que se quedan con los apartados técnicos sin lograr al menos menciones como “Mejor Película”. Se me ocurre “El gran pez”.

Se desprende de aquí que todo lo que tiene que ver con premios es tema delicado. Se ha hablado muchas veces de la maldición del Oscar, considerando por ejemplo los casos de Jennifer Connelly y Cuba Gooding Jr, dos intérpretes que luego de llevarse una estatuilla por actuación de reparto tuvieron largos años de malas elecciones de proyectos y poco reconocimiento. No estoy tan de acuerdo con lo de Gooding Jr pero lo hablamos otro día. ¿A Terrence Howard lo conocen? A él lo persigue la maldición de la nominación. Cuando a comienzos de la década anterior hizo un doblete perfecto con “Crash” y “Hustle & Flow” (nominado!), se esperaban grandes cosas de él. Diez años después, en un proyecto que lo puede reposicionar, Howard parece poco más que un nombre. El ser un actor de peso, considerado ‘serio’, no le da piedra libre para hacer secundarios lavados, que viene haciendo varios, y siempre con el perfil de tipo tranquilo y afligido bonachón. Se esperaban grandes cosas de Terrence Howard.

Lo mismo pero distinto en la película pasa con Viola Davis, Maria Bello y Paul Dano. No viven la maldición pues los dos últimos no fueron nominados, y la primera se salva por doble nominación, pero los reconocemos detrás de todo el pantano (“La sospecha” es una película que deforma –modifica es más apropiado- mucho a sus personajes, desde lo estético, lo físico y/o lo psicológico), y decimos “son ellos” al mismo tiempo que nos damos que el trabajo que hacen está en piloto automático. Quizá Melissa Leo sale airosa de esto, pero la clave es que el relato se centra en los dos protagonistas. Uno padre de familia desconsolado ante la desaparición repentina e inexplicable de su hija menor (Hugh Jackman); el otro detective, solitario, exitoso y rutinario que se propondrá descubrir qué hay detrás de lo ocurrido (Jake Gyllenhaal).

El último ya hizo algo parecido con su reportero en “Zodíaco”, película que aparece como punto en común porque también lo tenía yendo de un lado para otro; pero aquí –al igual que en “Jarhead”, su mejor papel- sus condiciones como protagonista están a la altura. Jackman es un tipo encantador que a 20 años de carrera exitosa se calza su primer traje dramático serio. A la hora de los premios, Jackman quedará en competencia como protagonista y Gyllenhaal como actor de reparto, pero eso es una vieja mentira tramposa de Hollywood y lo cierto es que aquí ambos llevan la película con soltura. No se la comen, pero son el centro de la cuestión y da gusto verlos.

Y es que a decir verdad “La sospecha” no quiere comerse nada. Si come de muchas otras películas. En principio de la poco vista “The Pledge”, de Sean Penn, de la cual toma la obstinación del detective y su compromiso con un caso y con los involucrados. También toma de “Winter’s Bone” el frío, la sequedad de la puesta en escena y la terquedad de quien se asume como pilar de una familia y por lo tanto única persona capaz de solucionar los problemas. Lo que distingue al film de Villenueve es el componente religioso, que tiene fuerte impronta en las acciones de los personajes y los diálogos sin estar subrayado. La religión es algo que está ahí, y ahora, en el tiempo de la película que es, casualmente, nuestro tiempo.

Por otra parte, hay una decisión acertada en desarrollar el proceso de investigación policial con lentitud y torpeza, sin grandes heroísmos; le da más realidad a la historia y aumenta la tensión. Ese suspenso eterno que también define una serie como “The Wire”, pero ver “La Sospecha” significa recordar las formas del cine y su diferencia con la televisión. Aunque haya un caso central y protagonistas que giran en torno a eso, aquí hay síntesis y los conflictos emocionales están construidos; hay un arco dramático que va creciendo con el cual el espectador seguro se compenetrará.

“La sospecha” no tiene la ambición ni el regodeo estético de algo como “Zodíaco” y tampoco logra la potencia dramática de “Río Místico” o “Desapareció una noche” (si hablamos de hijas que desaparecen es imposible obviar las novelas de Dennis Lehane), pero pisa con seguridad su mundo sin héroes, de penas religiosas y culpables por buscar. Lo hace empujando lentamente a sus personajes hacia los límites de la ética y ofreciendo un lúcido punto de vista acerca de la visión que uno puede tener del otro cuando lo sabe desesperado. Si el otro no tiene nada que perder, lo puedo llegar a mirar de otra manera. ¿Los simbolismos? Los hay, pero no son excesivos.¿La música? La intervención justa, sorprende por su ausencia.