La sospecha

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Éste es un filme que genera, casi sin proponérselo, varias sensaciones simultaneas en el espectador. Por un lado, la empatia e identificación con la angustia de varios padres, uno en particular en una búsqueda que aparece como imposible. Por otro, instalado desde el primer punto de quiebre como un thriller, que por impericia de construcción nunca genera suspenso, por cuanto en su desarrollo va entregando pistas, muy claramente instaladas como tales, que si bien no son falsas dejan de desarrollarse y terminan siendo sólo justificativos para un cierre un poco más previsible. En tercer lugar, presenta al espectador un planteo moral de no muy difícil resolución, sólo que obstruye esa identificación propuesta de la audiencia con el protagonista al mismo tiempo que a las supuestas subtramas la hacen aligerarse.

Keller (Hugh Jackman) y Grace (María Bello) Dover conforman un matrimonio feliz, padres de dos hijos, un adolescente y una niña de 6 años, todos apegados a fe, donde Dios proveerá siempre, hasta que sus vidas dan un giro indeseable para cualquier familia: su hija y una amiga son secuestradas.

La policía se hace cargo inmediatamente, asignando al caso al detective Loki (Jake Gyllenhaal), pero ante la situación de que todos los rastros a seguir terminan en la nada la familia empezará a perder las esperanzas, y el único sospecho sale en libertad por falta de evidencias en la escena más burda de toda la película.

Keller hará su propia investigación y no tiene ningún resquemor en atravesar los límites morales ni los medios para conseguir recuperar a su hija. Emprende una pesquisa personal a contrarreloj para descubrir la verdad y rescatar a las dos pequeñas, tomándose la justicia por mano propia.

La estructura narrativa es clásica, los tiempos y el montaje correctos, las actuaciones, lo mejor, los climas logrados desde la dirección de arte y la banda de sonido, ¿entonces que falla? El guión y esa costumbre de entregar elementos que sólo sirven para darle algo de coherencia al texto, lo que lo transforma en previsible, al mismo tiempo que lo banaliza.