La sombra

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Armar/Desarmar

La película de Javier Olivera es más un ensayo sobre el tiempo y el peso de los recuerdos que un documental “tradicional”. La sombra (2015) tiene como epicentro a la mansión familiar en pleno proceso de demolición.

Verdadero Rey Midas del cine argentino durante tres décadas, Héctor Olivera se configura en el recuerdo de su hijo, Javier, como un auténtico self man made, un Citizen Kane que construyó materia y mito. Héctor Olivera fue un destacado productor cinematográfico, propietario de Aries; consagrado director de películas instaladas en el imaginario colectivo (tal vez La Patagonia Rebelde sea el ejemplo más cabal). La mansión en donde la familia Olivera vivió durante mucho tiempo primero se fue vaciando de habitantes, y finalmente se convirtió en la sombra de lo que supo ser. Fuera del tiempo de las fiestas, los cócteles, los encuentros entre el director, productores y actores, el presente la encuentra a punto de ser demolida. La cámara de Javier Olivera registra ese momento de desarme, mientras que las filmaciones que han quedado en 8 mm arman un mapa memorístico capaz de resignificar el derrumbe.

La sombra se instala, entonces, en el tiempo de la ambivalencia; un tiempo intersticial, por momentos contradictorio, que funciona como una especie de ritual de identidad para el autor. Tal vez por eso, la voz en off del propio director está insertada para proponer una guía, un orden, lo suficientemente informativo para comprender qué implica ese derrumbe, aunque en varios pasajes se asoma a la redundancia. Sabremos que Héctor Olivera se hizo “desde abajo”, que la mujer que lo acompañó fue la que dotó de exotismo al inmueble, que por allí circularon tanto anarquistas como artistas de primer nivel, más algunos detalles “de color” (la filmación de una película producida por Roger Corman, por citar un caso).

Mezcla de ensayo con documental de observación, La sombra tiene un destacado trabajo de montaje, además contar con una elaboración sonora sutil, con personalidad pero no por eso invasiva con el material visual. Sin caer en el collage, el director genera una dialéctica personal entre el pasado y el presente; el recorrido de una identidad que, desde los escombros, se erige frente al pasado que se resiste a desaparecer.