La Sirenita

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La sirenita (The Little Mermaid, 2023) es una remake de la película del mismo nombre del año 1989, que a su vez se basaba en el cuento de Hans Christian Andersen publicado en 1837. De la misma manera que la película de animación de la década de los ochenta alteraba notablemente el cuento original, la película del 2023 tiene enormes diferencias con su antecesora, aunque utilice la mayoría de las canciones y gran parte de su guión. La gran diferencia es que una es de animación y la nueva es con actores reales, o algo así como actores reales, ya que están rodeados de digitalización por todos lados.

La mayoría de las películas reflejan los valores, los temas y las modas de la época en la que se hacen. La sirenita no es una excepción, pero siempre es bueno recordar que las demagogias ideológicas no son un invento actual, aunque hoy se sientan más exageradas que nunca. Siempre será menos interesante una película desesperada por encajar como La sirenita que una que busque explorar los límites y cuestionar la coyuntura. No hay nada innovador, ni sofisticado, ni artístico en este musical de dos horas quince minutos de duración, una extensión que prueba la incapacidad de narrar de forma económica una historia simple, incluso cuando su público sea mayoritariamente infantil.

Las canciones de Alan Menken y Howard Ashman marcaron un hito dentro de la historia de los estudios Disney a punto tal que fueron el comienzo de una nueva edad de oro para el estudio cuando La sirenita (1989) se convirtió en un éxito enorme que se extendió a los títulos siguientes. No habría remake de la película sin esas canciones y de hecho todo el chiste es ver nuevamente la historia que todos amaron. Pero no es la misma película ni tampoco tiene el mismo espíritu. Lo más justo sería no compararlas, pero cuesta no hacerlo. Dicho de otro modo, si no las comparamos La sirenita (2023) es tan solo una película horrible con un par de buenas canciones. No es justo compararlas porque de alguna manera se le da entidad a un largometraje irrelevante.

Ariel (Halle Bailey) es una sirenita rebelde que sueña con el mundo de los humanos. Su padre, Tritón (Javier Bardem, desopilante, pero en el mal sentido) le ha prohibido subir a la superficie, avisándole lo peligrosa que es la especie humana. Ariel, por supuesto, no hace caso y es así como descubre al príncipe Eric (Jonah Hauer-King) mientras espía lo que ocurre en un barco. Una tormenta hace naufragar al príncipe y a la tripulación y Ariel lo salva. Ambos se enamoran a primera vista, pero el príncipe es abandonado en la playa por Ariel antes de que él descubra que ella es una sirena. Dispuesta a todo para poder estar con su amado, Ariel hace un pacto con Úrsula (Melissa McCarthy) la bruja del mar para obtener piernas durante tres días, finalizados los cuales perderá su alma. El precio por el intercambio es la voz de Ariel, aquella que enamoró también al príncipe.

Pasar de la animación al live action tiene sus problemas. Para empezar los amigos de Ariel, el pez Flounder es un bochorno insalvable, simplemente porque al buscarle realismo solo tienen un pescado digital que mueve su pequeña boca sin mayor expresión. El cangrejo Sebastian está un poco mejor, pero aún muy lejos de tener una personalidad. Y Scuttle cambió de especie y de sexo -ahora es hembra-, para amoldarse a la lógica del guión y la época. El resto sufrió las comprensibles actualizaciones, cómo ocurre siempre con las remakes, pero ninguna de ellas en pos de mejorar la película. En la animación que todos hablen bajo el agua funciona, en el mundo de los actores reales es una distracción permanente. Eso sí, cuando se lo ve fuera del agua a Tritón, parece una publicidad de piletas prefabricadas, así que mejor que se quede bajo el agua.

Otro elemento insólito es la oscuridad de la película. No me refiero a la historia, sino a la imagen. Hay al menos un puñado de escenas en las que casi no se ve lo que pasa. El color feliz de La sirenita (1989) ha desaparecido casi por completo. La nueva versión no tiene alegría. El único momento luminoso es su canción más importante, Bajo el mar, donde casi se disfruta de la película que pudo ser. El resto es un incómodo sinfín de ideas pobres para tratar de hacer un remake razonable. El esfuerzo ya es una muy mala señal.

Y acá es donde entran los dos responsables de la catástrofe. El director Rob Marshall y el letrista Lin-Manuel Miranda, ambos productores de la película. Marshall es un gran destructor del musical, un hombre que ha puesto lo mejor de sí para hacer un puñado de películas que parecen producto de un enemigo del género. En cuanto al insoportable y sobrevalorado Lin-Manuel Miranda simplemente hay que decir que su tarea principal aquí fue la de cambiar las letras de algunas canciones para no herir sensibilidades. No es tan grave el casting daltónico porque al final de cuentas no es resulta relevante, así que aprobado y a otra cosa. Sabemos que no podría hacer el cambio inverso, pero la protagonista está bien, no pasa nada. Pero lo de las letras sí es malo. Le quitaron las frases que Úrsula -la villana- le dice a Ariel, por ejemplo. La bruja le dice que los hombres no quieren que una mujer tenga voz y así la convence. ¡Es la villana, por eso miente! Pero el mundo actual no soporta ni los argumentos de la villana para engañar a la heroína. Al menos sigue siendo villana, porque a esta altura hasta los malos corren riesgo de seguir existiendo. Le quitaron alguna canción buena y le agregaron alguna mala, todo para que dure las mencionadas más de dos horas.

Rob Marshall dijo que si la película tenía éxito iba a tener secuelas. No le deseamos un fracaso a nadie, pero las secuelas más graves serían que alguien piense que Howard Ashman, que falleció hace décadas y a quien le dedican la película, hubiera escrito las letras cambiadas y las nuevas canciones que aparecen aquí. Hace mucho que Disney ha dejado de preocuparse por el legado cultural de su cine, pero estas películas dan tanta tristeza como bronca. La sirenita (2023) nunca logra encontrar identidad o tono, así como tampoco un montajista que le saque un tercio de su duración, que está claramente de más.