La Sirenita

Crítica de Guido Pellegrini - A Sala Llena

Nadie la pidió, pero acá tenemos la remake live-action de La sirenita.

La trama es la misma de siempre. Ariel, una sirena pelirroja, sueña con escaparse de su hogar acuático, explorar la superficie y vivir entre los humanos. Es como una adolescente a punto de terminar la secundaria. Quiere salir al mundo y conocerse a sí misma. Su padre, el Rey Tritón, no está de acuerdo, pero Ariel lo desobedece. Y bajo las sombras de una gruta perdida, llega a un acuerdo con su tía Úrsula, quien le concede una forma humana a cambio de su voz. Para recuperarla, Ariel deberá besar al amor de su vida, el príncipe humano de una isla ficticia.

La remake propone algunos cambios. Eric, el príncipe, ahora es menos anónimo y cultiva sus propias ambiciones personales y conflictos familiares. Úrsula es oficialmente la hermana de Tritón, un detalle omitido de la original. Hay nuevas canciones, compuestas con la colaboración de Lin-Manuel Miranda, que no desentonan.

Pero no son suficientes cambios para forjar una identidad propia. Muchas escenas y tomas son calcos de la película anterior. Y esto nos lleva a la comparación directa entre los dibujos originales —con toda su gracia y expresividad— y su pálido reflejo digital.

Los peces, tiburones, crustáceos y aves ahora perdieron su gestualidad anatómicamente imposible. Están encorsetados por diseños realistas, restringidos por las limitaciones de su cuerpo. Sebastian, el cangrejo jamaicano que cuida a Ariel, lucha contra la rigidez de su exoesqueleto, observa todo desde pequeños ojos puntiagudos.

Los actores de voz y el equipo de animación hacen lo que pueden para darle vida a la taxidermia digital. A veces lo logran. Pero chocan contra el techo expresivo del concepto inicial, la propuesta —artísticamente incomprensible— de reprimir el antropomorfismo animado a través de un verosímil documental arrancado de Planet Earth.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿para qué y para quiénes son estas remakes live-action de Disney? Solo tendremos la respuesta en unos quince años, cuando las infancias actuales crezcan y nos digan lo que significaron estas películas para su generación.

Como sea, para mí esta versión de La sirenita es intrascendente. La original de 1989 inauguró el renacimiento de Disney luego de una década de fracasos. Introdujo una fórmula que marcaría el rumbo de los próximos años, con números musicales propios de Broadway compuestos por dos veteranos del musical teatral, Howard Ashman y Alan Menken. Todo impulsado por una animación tan dinámica, tan colorida, que significó, en su momento, un salto cualitativo e incluso temporal: al lado de La sirenita, el resto de las películas animadas, en cartelera o en el videoclub, parecían reliquias de un anticuario.

Dudo que esta nueva La sirenita logre un efecto comparable. Hoy quienes están transformando el campo de la animación no lo hacen para Disney sino para Sony. La duología de Miles Morales rompió con el paradigma estético de Pixar (como Pixar rompió con el paradigma de La sirenita en 1995, al estrenar Toy Story). Esta remake de La sirenita, en cambio, está muy ligada a la nostalgia de los 80 para darnos algo novedoso en 2023.

Lo cual no significa que sea mala. Es una buena distracción de dos horas. El casting funciona. Halle Bailey, como Ariel, es efervescente y divertida. Javier Bardem le da rango emocional al Rey Tritón, a veces imponente, a veces tierno y vulnerable. Y Melissa McCarthy se apropia de Úrsula, un personaje tan problemático como icónico. En los papeles, es una creación transparentemente gordofóbica, su tamaño y sexualidad contrastados con la delgadez e inocencia de Ariel. Pero ya hace tiempo que fue recuperada por el fandom como un ícono queer y hasta de positividad corporal. Es la villana, pero destila más confianza, inteligencia y personalidad que cualquier otro ser acuático. Es la más sensual, la más locuaz y la más real. Queremos ser Úrsula antes que Ariel, y McCarthy lo sabe. No iguala a su antecesora animada, pero tampoco la traiciona.

El resto de la película — los diálogos, las escenas de acción, la coreografía de los bailes, la comedia— también funciona. Y hago foco en esta palabra: funciona. Hay algo mecánico en La sirenita. Existe porque debe existir, porque integra un calendario de estrenos, un plan a largo plazo para reeditar todos los clásicos de Disney en live-action.

La sirenita, en fin, es un trabajo muy profesional, muy correcto. Hay personas que, tras ver la película y leer mi crítica, me reprocharán: “Yo la pasé bien. Mis hijos la pasaron bien. No hay que buscarle el pelo al huevo”. Y es una reacción válida. Aunque también frustrante, porque supone que una película infantil no puede aspirar a más.