La siesta del Tigre

Crítica de Javier Luzi - Visión del cine

Una mezcla de documental y ficción ofrece Maximiliano Schonfeld en La siesta del tigre, su última película que participó de la Competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata.
Cinco amigos salen en búsqueda de restos fósiles del tigre dientes de sable en parajes entrerrianos. Son personas comunes y corrientes que fungen como paleontólogos no profesionales, amateurs con conocimiento y, especialmente, una predisposición a encarar la vida con toda la pasión posible a una edad en la que, quizá, eso ya no sea lo habitual.

Maximiliano Schonfeld (Germania, La helada Negra) invisibiliza la cámara, y él mismo se vuelve uno más, en este documental que se tiñe de ficción o esta ficción que se documentaliza. Una aventura lúdica y casi infantil de estos hombres que hacen de la camaradería un credo y de su hobby una religión.

Tiempos muertos de búsqueda, comidas y noches a la intemperie, zambullidas en arroyos y trabajo estricto se mezclan con canciones, chanzas, conversaciones triviales de una profundidad que sólo el saber popular alcanza, un culto a la amistad expuesto sin tapujos ni pruritos. Los protagonistas “actúan” con una naturalidad que los hace más reales (si eso fuera posible) y jamás la cámara los expone para ridiculizarlos ni demostrar que está por encima de ellos.

Hay momentos desopilantes como la escena de Papá Noel o diálogos que escritos hubiesen sido tildados de artificiales y poco verosímiles. También hay sentimientos que no se retacean y una fotografía que alcanza su clímax en ese final alegórico y profundamente humano.