La señora Harris va a París

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Una historia optimista, emotiva y medianamente atrapante, plagada de personajes exuberantes. Enésima mirada de la condición humana en donde la gentileza es recompensada por el universo. Encantadora fábula donde lo bueno luce bonito, inmaculado y ordenado. Tres definiciones posibles para un film hecho para agradar. El vestuario a la moda cautiva la fascinación de la protagonista, sus sueños de alta costura marchan rumbo a la ciudad de la luz. Christian Dior los tallará a medida. También, podemos entender a “La Señora Harris va a París” como una carta de amor a la urbe gala. Las laureadas divas Leslie Manville e Isabelle Huppert, en menor medida, son nombres propios de peso que otorgan sustento a este largometraje de múltiples subtramas. Paul Gallico (autor de “La aventura del Poseidón”), es el responsable de una obra llevada a la gran pantalla y ambientada en la Inglaterra de la posguerra, en donde la fantasía se reconstruye con trazos snob. Un cuento de hadas para mujeres maduras, que nos entrega suficientes motivos para sonreír, prefiriendo dejar de lado cierta reflexión crítica clasista levemente sugerida. Tenemos aquí un pintoresco retrato de la aristocracia de la época, técnicamente estilizado. Su escenografía elegante traduce los preceptos de un producto edulcorado y suavizado, igualando la versión estrenada en 1992 (dir. Anthony Pullen Shaw), y protagonizada por Diana Rigg, Omar Shariff y la inolvidable Angela Lansbury.