Soñar, soñar Con una puesta en escena de notable precisión, el realizador Juan Martín Hsu construye en La Salada (2014) un relato descarnado pero nunca efectista, con un puñado de personajes tan creíbles que parecen arrancados de la vida misma. La feria de La Salada (o “La Salada”, a secas) se convirtió en un emblema de los nuevos hábitos de consumo en Buenos Aires, además de mostrar una renovada cartografía de la inmigración. Organizada mediante precarios puestos que venden productos a bajísimo precio (textiles, en su mayor parte), este espacio se llena de compradores que, aún en la madrugada, lo transitan y se chocan entre sí. Hsu (hijo de chinos pero nacido en Argentina) aborda en su film las necesidades, deseos y frustraciones de un grupo de personajes. Tres son las historias que este fluido relato cruza, pero no teman: si al comienzo la película remite al cine de Alejandro González Iñárritu (el mismo de Amores Perros y Babel), La Salada no está construida sobre la base de un guion paternalista for export , ni mucho menos manipulador. La película nos muestra las vidas de Yun Jin, una bella chica coreano-argentina que asiste a su padre, empresario que tiene puestos en la mencionada feria. Ella está por casarse, pero un argentino bastante canchero está dispuesto a conquistarla. Por otra parte, está Huang (interpretado por Ignacio Huang, visto en Un cuento chino, 2011), joven taiwanés al que su madre le repite en cada comunicación telefónica “¿Ya tenés novia?”. A la búsqueda de ese propósito irá este melancólico que tiene problemas para dormir y cuyo trabajo consiste en copiar películas en DVD. Por último, hay dos inmigrantes bolivianos; un hombre adulto y su sobrino, quienes llegaron a Argentina con la urgencia de encontrar empleo. Juan Martín Hsu alterna y pone en cruce estas historias, sin la necesidad de que esos encuentros resulten ingeniosos. Rasgo que potencia una construcción naturalista que, claro, no está exenta de paradojas y contradicciones; la necesidad del padre coreano para dirigir a los gritos los destinos de su hija, mientras un poco de alcohol lo sume en el llanto; los encuentros con mujeres para Huang, que apenas muestran una esperanza se clausuran con un nuevo cuadro de soledad; o el choque entre el pasado y el futuro en Bruno, el joven boliviano, a quien a diferencia de su tío le cuesta mucho más integrarse. Todo esto resume elementos de un combo en donde hay espacio para el drama y la comedia, enhebrados en sutiles observaciones (es cierto, también hay de las otras, que resienten un poco el resultado final). Pero está claro que Hsu, además de mostrarnos a estos personajes, los mira con un dejo de ternura, evita juzgarlos y nos invita a reflexionar sobre el nuevo multiculturalismo en una ciudad sumamente expulsiva.
La Salada es la opera prima de Juan Martin Hsu y busca retratar la realidad de la feria con tres historias que son mostradas de manera coral. Las historias de La Salada son tres, la de una chica coreana llamada Yun Jin, la de un taiwanés llamado Huang (Ignacio Huang) y la de un chico boliviano llamado Bruno, que está recién llegado a Argentina con su tío. Yun Jin es una atractiva joven que vive con su padre, quien posee un par de puestos en La Salada de venta de ropa. Este le ha arreglado un casamiento con el hijo de un amigo, pero obviamente ella no está del todo de acuerdo con la idea de su padre. En cambio Huang, el chico taiwanés que extraña demasiado la tierra que lo vio nacer, se comunica constantemente con su madre quien solo le recrimina que no haya encontrado una novia, esto hará que Huang tome ciertas decisiones un tanto desacertadas durante la película. Por el lado de Bruno, la cosas tampoco serán fáciles ya que intentará conseguir un trabajo hasta darse cuenta que quizás lo mejor para el no está donde pensaba. Estas tres historias se irán intercalando formándonos un panorama de lo que se vive en la feria todos los días. Cuento Chino La Salada tiene una factura de imagen y sonido que es envidiable para cualquier producción de alto presupuesto. Logra con pocos movimientos de cámara y angulación contarnos estas historias de manera intimista casi como si conviviéramos con los personajes que estamos mirando. Las actuaciones en la película son de lo más destaco que tiene el relato, ya que es un casting muy interesante y complicado de lograr por las distintas etnias que quiere retratar, el problema es que vacila entre la ternura y el humor negro de maneras correctas pero sin decidirse por ninguno. Mas allá de los clichés que quizás está película sufre a causa de estereotipos creados por la cultura, tiene pequeños momentos que son muy interesantes, como el uso de películas argentinas que el personaje de Huang mira (mientras las piratea) para tratar de entender también el funcionamiento de nuestra propia cultura. O los momentos de flirteo que el personaje de Yun Jin comparte con un argentino dentro de la feria. El único momento donde La Salada sufre es cuando necesita ser resolutiva en sus historias, creo que en ese momento es cuando se queda a medio camino, por lo demás es admirable el trabajo para una opera prima de esta complejidad narrativa y de producción. Conclusión El director Juan Martin Hsu crea un mosaico de la situación actual de los inmigrantes en Argentina y sobre las vicisitudes que estas personas tienen que sufrir en la adaptación a su nuevo hogar. Sus inseguridades, sus fracasos y sus logros. Un buen film que sin duda nos deja con ganas de ver que más nos puede ofrecer Hsu en una próxima película.
Buscando un hogar La salada muestra una temática dura y frecuente en este país, la inmigración. Muchas personas vienen por un futuro mejor y se encuentran con las dificultades que implica el desarraigo, el empezar de cero en una cultura distinta, con costumbres chocantes, por eso elige como universo la famosa feria del sur del conurbano, lugar donde se encuentran varias nacionalidades. Sin embargo, solamente sirve el nombre para hacer conjunción de la vida de una chica coreana (aunque se sienta más argentina) cerca de casarse con el hijo de un amigo del padre, un adolescente boliviano que recién llega y un joven taiwanés que de alguna forma no llegó del todo a Sudamérica y se enfrenta a sus problemas de comunicación a una cultura diferente, a pesar de su fuerte esfuerzo al mirar casualmente películas de cine nacional. Todo un guiño de parte de Hsu. La inmigración es universal, pero el amor también, ahí es donde esos tres mundos se encuentran. La cultura del amor es diversa y no es simple nunca, los mandatos familiares mandan en ciertas culturas, en otros el romance se da naturalmente. Mientras las tres historias avanzan en paralelo se van uniendo ligeramente, pero a pesar de las diferencias que pueda haber entre culturas tan disimiles, la complejidad de esos personajes está muy bien abordada, con un relato que sabe emocionar y ponernos en el papel de los protagonistas. La lucha por la adaptación y por cumplir un rol a veces es más fuerte, los protagonistas de las historias nunca dejan de estar obligados por lo que traen detrás de ellos. El hecho de tomar a la Salada también como una escalera dentro del contexto social, y no como un antro ilegal de falsificaciones y negocio marginal es otro de los puntos favorables del director. Se trata de una historia que sabe emocionar, la opera prima de Juan Martín Hsu es un gran trabajo que no sólo supo hablar en primera persona, sino que tomó la experiencia de los demás y lo expuso en varias escenas con fuerza narrativa. Quizás fue en la historia de Bruno (el joven boliviano) la que menos riqueza tuvo, pero todas de alguna forma saben tomar las problemáticas que existen entre los inmigrantes.
Un retrato sobre la inmigración y la soledad El director argentino de origen taiwanés Martín Hsu cuenta tres historias de inmigrantes ambientadas en la famosa feria del sur del conurbano. Un retrato preciso sobre la soledad y la falta de oportunidades. Una mirada desahuciada sobre la inmigración dispara tres relatos que tienen denominadores en común: el desarraigo, la soledad y la búsqueda de oportunidades laborales para subsistir en un medio que a los personajes no les es propio. Ambientada en la famosa feria de La Salada, ubicada en el sur del conurbano bonaerense, la película del cineasta argentino de origen taiwanés Martín Hsu, se presentó con éxito en la última edición del BAFICI y cuenta con premios en La Habana y de Cine en Construcción en San Sebastián. A lo largo del relato se percibe un constante choque de culturas entre Oriente y Occidente, y los desesperados intentos por conservar costumbres en un medio que exige adaptarse rápidamente. De este modo desfilan un padre y su hija coreana que se preparan para un casamiento arreglado; un joven boliviano que acaba de llegar al país en busca de trabajo y un vendedor taiwanés de películas truchas -Ignacio Huang, el mismo de Un cuento chino- cuyo único contacto con su madre es un acotado llamado telefónico mientras busca una compañera para paliar sus extensas noches de insomnio y soledad. Cada uno de ellos se topa con otros personajes a lo largo de la historia que, en mayor o menor medida, los transforma y les permite cambiar sus existencias. En el primer segmento se plasma la idea de la "conveniencia" que asegura un futuro económico alentador. La joven protagonista sigue el mandato paterno pero también encuentra su noche "agitada" con otro candidato occidental que no es el "elegido" para brindarle la felicidad. En el segundo fragmento la posibilidad de subsistencia se abre ante el mundo gastronómico con la presencia de un "tío" de negocios "non sanctos". Por su parte, el último transmite angustia al espectador con el taiwanés capaz de teñirse el pelo para poder conquistar almas solitarias. Ahí aparece fugazmente el personaje a cargo de Mimí Ardú para brindarle contención. La cámara de Hsu recorta el constante movimiento y cambio de una feria en expansión y elige planos cortos para mostrar a estos personajes y sus peculiares historias.
Multiculturalismo agridulce La opera prima del cineasta argentino de origen taiwanés, Juan Martín Hsu, multiplica los sentidos del título literal La salada, para explorar diferentes escenarios y conflictivas dentro de ese espacio geográfico tan característico, ubicado en el partido de Lomas de Zamora. El multiculturalismo que forma parte del mosaico de inmigrantes que hacen de ese lugar de encuentro también su posibilidad de subsistencia en pequeños negocios, donde se venden mercaderías de dudoso origen, es el motor de adaptación de estos personajes que transitan a lo largo del film entre la soledad y la interacción con un entorno y culturas diametralmente opuestas. Vale decir que en el emporio de lo trucho, lo genuino resalta aquí en la trama desde los aspectos humanos de los personajes. Ese racimo de historias que se entrecruzan con personajes secundarios que completan el cuadro social busca en primer lugar la alteridad y el amor para derrotar a la soledad y al desarraigo, cara invisible de ese flagelo silencioso. Así las cosas, la intimidad de la coreana Yun-Jin, quien hace las veces de traductora para su padre, dueño de varios puestos en la feria, quien ya tiene planeada una boda con el sólo objeto de la conveniencia económica, no dista demasiado del derrotero de Huang (Ignacio Huang, ya visto en Un cuento chino -2011- y en la serie Graduados), quien se dedica a copiar DVDs y aprende la idiosincrasia argentina desde el cine local, en un excelente guiño que el propio Hsu efectúa como parte lúdica de su film, éxito en el último BAFICI. Los problemas de adaptación se suman a partir de la historia de un joven boliviano, con anhelos de progreso en el rubro gastronómico y que trata de desprenderse paulatinamente de la tutela de un tío sobreprotector para crecer como persona. En un competitivo mundo laboral; en un país con costumbres distintas, el multiculturalismo de La salada entrega más allá de sus apuntes humorísticos un interesante retrato de estos grupos ya instalados en la comunidad, despojado de todo efectismo y con hondo interés humano, sin caer en golpes bajos o sensiblería for export.
Yun Jin (Yunseon Kim) is a cute Korean girl with a dominant and conservative father who has arranged her imminent marriage to a friend’s son. Little does he know that Yun Jin is flirting with an Argentine young man behind his back, even if she has to marry someone she’s not in love with. Huang (Ignacio Huang) is a Taiwanese young man who lives on his own and works the nightshift making bootleg movie DVDs. Bruno (Limbert Ticona) is a 17-year-old Bolivian teen who’s just arrived in Argentina and is going to work alongside his uncle (Percy Jiménez) as a waiter at a two-bit restaurant. These three distinctive characters are the protagonists of minimal stories anchored in the everyday life and taking place in a common setting: La Salada, the world’s largest street market on the outskirts of Buenos Aires, and, most importantly, a place where immigrants of different nationalities trade all kinds of goods at very affordable prices, mainly because most of the merchandise is counterfeit. Winner of the Film in Progress award at the San Sebastián Film Festival, La Salada, written and directed by Juan Martín Hsu, an Argentine born into a family of Taiwanese immigrants, is neither a documentary nor a fiction film, but a smart work that blurs the frontiers dividing both formats — a rich trend explored by different filmmakers in this last decade. So except for a few supporting characters, the rest of the roles are most convincingly performed by non-professional actors who indeed work at La Salada, but do not necessarily play themselves at all. In fact, the vignettes that make up their respective stories are directly drawn from real life, but from other people’s experiences. The chief merit of La Salada, the film, is not only candidly exposing a multicoloured panorama with its many diverse singularities, but to capture and convey the atmosphere of uprooting, melancholy and loneliness that the characters inhabit. Even if they are not physically alone, as is the case with Yun Jin — who’s accompanied by her businessman father — they seem to have nobody to share their deepest emotions with. In a very existential sense, they seem to drift through life rather than sink their teeth into it. In fact, Yun Jin hides her feelings for the Argentine guy from her own father, and sometimes even from herself — and so goes ahead with the arranged marriage. Huang’s telephone conversations with his mother who lives in Taiwan are limited to exchanging a couple of sentences, one of the woman’s questions always being: “Have you found a girlfriend yet?” He hasn’t, despite how much he tries. And he won’t tell his mother how lonely he feels. In turn, Bruno has better luck at making contact with another Latin American girl at a local dance. This time, there are warm caresses and sweet kisses. Yet he is estranged from his family and is a clumsy waiter soon disliked by his boss. With no stridence, in a low-key manner, slices of life transpire here and there, and you get to observe it all as an unobtrusive, fortunate witness. Because the kind of camerawork displayed in La Salada is both crystal clear and inconspicuous, it follows the characters from the right distance, neither too close to overwhelm viewers nor too distant to make them feel detached. A discreet distance with a good deal of sentiment, if you will. Production notes La salada (Argentina, 2014). Written and directed by Juan Martín Hsu. With Ignacio Huang, Yunseon Kim, Chang Sun Kim, Nicolás Mateo, Mimí Ardú. Cinematography: Tebbe Schoening. Editing: Ana Remón. Running time: 92 minutes.
Detrás de “La Salada” (Argentina, 2014), del realizador Juan Martín Hsu, hay una profunda reflexión sobre las corrientes migratorias que encontraron en Argentina su lugar para transitar y vivir y también la posibilidad de construir su imagen. Ya no podemos hablar en materia migratoria de un personaje estático, sino que justamente la habilidad de Hsu es poder contemplar a su objeto como dinámico, cambiante, múltiple, y que desde hace un tiempo para acá convive con todos buscando su verdadera identidad. Así, el director aprovecha “La salada” narra tres historias, que con el mismo escenario, buscan su individualidad y destacarse sobre las otras, aunque entre todas configuran el panorama necesario para poder compenetrarse con los protagonistas. Por un lado estará Huang (Ignacio Huang) un solitario ser que atiende un puesto de películas truchas por la noche y por el día se la pasa encerrado en su habitación mirando películas argentinas clásicas y copiando DVD’s. Por otro lado estará Yun Jin (Yun Seon Kim), una joven que debe aceptar un casamiento arreglado como destino final de su vida. Y por último estará Bruno (Limbert Tiscona) un joven que llegará sin trabajo al mercado y que de a poco irá conociendo a personajes que lo ayudarán en el difícil primer tiempo. Entre todos el abanico que se va configurando es de una complejidad y una armonía total al punto que cuando un personaje avanza con su historia el otro se mantiene en “gateras” hasta poder recuperar el protagonismo y la interrelación. “La salada” es sólo un inmenso mercado, que puede ser el original, pero también el que en cada uno de los barrios de a poco va ganando. El filme habla de esto, de la marginalidad, la informalidad, el dinero fácil, la explotación, la aceptación a vivir en condiciones deplorables con tal de progresar, pero también habla de la soledad, del desarraigo, de la necesidad en exilios y migraciones económicas de poder aferrarse a algo para mantener vivo el recuerdo de lo que ya no será ni volverá a ser. Será por esto que el padre de Yun Jin, interpretado por Chang Sung Kim, que se resiste a hablar en castellano y sólo se dirige a los demás en su idioma, es tan estricto con su hija, y pese a darse cuenta de la resistencia de la joven a concretar su idea de matrimonio perfecto con el hijo de otro empresario del rubro gastronómico, avanza y avasalla a su hija sobre sus ideales. “La salada” es un tríptico que sólo funciona por la habilidad del director que en su ópera prima analiza las miserias de un mecanismo que fagocita a cada uno que ingresa a él. Bucea en sus personajes y sus entornos y también en la confusión de sus sentimientos. Que muchas veces se funden en un abrazo o en la espontaneidad de una esporádica relación sexual para mitigar la ausencia de algo que a veces, como en el caso de Huang, ya no se sabe qué es.
Lejos de caer en un lugar común y presentar una historia de inmigrantes orientales en el Barrio Chino de Belgrano, Juan Martín Hsu presenta su primer largometraje como director, llevándonos a un escenario que hace más interesante el filme: la feria La Salada. A partir de su título, podría pensarse que es un documental sobre ese mercado que se levanta justo en la vereda de enfrente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un mundo en sí mismo que tiene sus propias reglas, muchas veces polémicas, rozando lo ilegal, pero que ya trascendió a otros puntos del país y del mundo, con franquicias marca “la saladita”. Fue una manera de emerger del comercio, en los sectores más afectados de la población, luego de la gran crisis económica y social a la que se enfrentó la Argentina en el 2001 y que luego quedó instalada en su informalidad. Hsu va creando el clima para centrarse en los personajes, en sus historias de vida y desde allí, descubrir el panorama de las nuevas corrientes inmigratorias y sus problemas de integración a la realidad argentina. Más aún, el conflicto más profundo, el de arraigarse en un lugar cuya dinámica, intensa y particular, complica el afirmar la propia identidad cultural. Dentro de la trama se descubren 3 historias principales: La primera, un padre (interpretado por Chang Sung Kim, conocido por sus papeles en varios filmes y sobre todo por su rol de asistente de Hugo Arana en la tira “Graduados”), y una hija, ambos de origen coreano: son acomodados, tienen más de un local en La Salada. Ella está por casarse con un joven también coreano. El padre no habla castellano, ella es de la segunda generación en la Argentina y ya se mueve más con los códigos de su nuevo hogar; sin embargo, desafiará a su padre y sobre todo a sus costumbres, tratando de encontrar un camino propio. Luego, un padre y su hijo, que vienen desde Bolivia para trabajar en La Salada. El padre ya estuvo en la Argentina y quiere que su hijo se encariñe con esta tierra que lo recibe aunque ni bien llegan, no la pasan bien porque son estafados. Punto de partida para el muchacho tratando de cambiar su suerte e integrarse a otra realidad, sumándola a su historia y que sorprenderá en su cruce feliz con otro personaje con el que ni comparte el idioma, verdadera integración cultural. La tercera historia es la de Huang, de raíz taiwanesa, que charla todos los días con su madre por teléfono, y muestra claramente el desarraigo, la soledad y la nostalgia pero al mismo tiempo la lucha por salir de esa oscuridad, en parte uniformándose, copiando costumbres para ser uno más y conquistar a una inspectora de la feria que en principio sólo lo ve como el vendedor “chino” de DVD truchos. Juan Martín Hsu dice que parte de las situaciones que cuenta en la película tienen origen en observaciones o cosas que le contaron sus amigos, propias, de los actores, son todas basadas en la realidad. En el elenco podemos encontrar a Chang Sung King (ya dijimos que es el padre coreano y que no hablará una palabra en castellano), Ignacio Huang (al que conocimos por Un Cuento Chino, pero además hace teatro), cuya actuación es muy natural y por momentos enternece, y el propio Hsu, que nació en la Argentina y hasta tiene carrera universitaria en el ámbito del cine. Por haber vivido la experiencia en carne propia o ser parte de su sarngre es que cuentan que no hubo un gran trabajo de ensayo de las escenas pues lo que actuaban lo tenían internalizado. “Para todo inmigrante o hijo de inmigrante -cuenta Hsu-, estas sensaciones están presentes y todos las podemos ver y las sentimos”. además, se fueron integrando aportes de los actores al guión que enriquecieron la experiencia de una primera idea que era mostrar el universo de La Salada como tal y terminó desvelando el fenómeno de las nuevas olas inmigratorias y la conformación de un mosaico cultural, con las vidas de las personas como centro.Por ejemplo, con Chang, el padre que no quiere integrarse y teme porque su hija olvide sus raíces, el director dice que nunca ensayaron las escenas, tiraban la primera toma y lo filmaban ya que el actor sentía que ese personaje era su papá, con sus costumbres y su manera de ser. En cuanto a lo que significa como artista tratar este tema, Ignacio Huang siente que es su “tarea hablar sobre la integración, sobre la inmigración, sobre los sentimientos de esto de estar partido en dos mitades”; de ser una persona que tiene una parte aquí y una parte allá. Lo ilustra con una escena en que él le explica a la chica que le gusta que él prefiere trabajar de noche porque es cuando están trabajando en Taiwán y dormir de día, cuando están durmiendo allá. Es no perder la conexión con su sangre aunque esto signifique tardar más en acercarse a Angeles. Algo que destaca Huang, es que ya corren otros tiempos en donde tanto él como Hsu, fueron a la facultad, se recibieron, trabajan como actor y cineasta. “Diez años atás no había esta posibilidad de un actor oriental, de un director de este perfil”. Aquí comienza la mezcla, combinación de culturas y por eso hoy ya no se habla tanto de “crisol de razas”, -explica Huang-, sino de “mosaico” pues se convive no perdiendo su identidad cultural sino que se pueden entrelazar las diferentes comunidades formando una especie de mosaico. Punto que queda de relieve en la película en todas las historias. Para Limbert Ticona, que comparte el idioma, pues viene de Bolivia, pero también debía aterrizar en otra realidad cultural, la de La Salada, su aproximación al guión lo hizo sentirse identificado. Él, en realidad, vino a la Argentina de vacaciones, no pasó por la misma difícil situación de su personaje, pero muchos de sus amigos sí, conocía del tema. “Mucha gente viene sólo con la madre o con el padre y esas personas me contaron un poco sus historias; como un amigo, que a los cinco o seis meses de venir, se sentía solo, se quería volver”. Diferente a lo que Limbert expresa que aprendió “a abrirse más, a ver otras cosas que es lo que lleva a a que uno se abra más”. Más allá de alguna escena que está demás, es un trabajo interesante y prometedor.
Historias mínimas en un macrocosmos Una de las mayores virtudes de la película de Hsu, hijo de inmigrantes asiáticos, es la de poner en escena el carácter multicultural de la identidad argentina, reuniendo en un relato coral diferentes historias de un grupo de inmigrantes. Construida en torno (y dentro) de la gran feria ubicada en el límite sur de la ciudad de Buenos Aires que le da nombre a la película, una de las mayores virtudes de La Salada, ópera prima del director Juan Martín Hsu, es la de poner en escena el carácter multicultural de la identidad argentina, reuniendo en un relato coral las diferentes historias de un grupo de inmigrantes en un país de inmigrantes. Pero esta vez no se trata de las clásicas historias de italianos y españoles (pero también rusos, alemanes, árabes o judíos) que alguna vez descendieron de los barcos con una mano atrás y otra adelante a comienzos del siglo XX, sino de otras vinculadas a las corrientes migratorias que tienen lugar en el país un siglo después y que le aportan su influencia al ADN argentino. Algunas de ellas novedosas, como el caudal proveniente de lo más oriental de Asia, como China y Corea; y otras que, lejos de la novedad, representan una continuidad latinoamericana de aquellas corrientes internas que durante el primer peronismo alguien tuvo la ocurrencia de bautizar como aluvión zoológico.Ateniéndose a los usos y costumbres del relato coral, en La Salada las paralelas tienden a reunirse. Así, historias mínimas que parecen distantes, aun cuando se desarrollan en el macrocosmos de una feria de dinámica y diseño demenciales, acabarán tocándose de una u otra manera. La de la adolescente Yunjin y su padre, un empresario coreano que maneja un taller textil y varios puestos en la feria, que le impone a ella de modo casi medieval un casamiento con el hijo de otra familia de la colectividad. La de Huang, un joven chino fanático del cine argentino que vende películas truchas, que no termina de acomodarse al horario local para trabajar y dormir al mismo tiempo que su familia en Taiwan y así sentirse un poco menos solo. Y la de Bruno, que con sus 17 años llega junto a su tío desde Bolivia y tiene que adaptarse a un universo extraño que por momentos se parece mucho a una fotocopia borrosa de su propio país. En las tres historias, que son como burbujas suspendidas dentro de la realidad de la Argentina blanca y eurófila, la insatisfacción provoca un extrañamiento que tiene a la búsqueda del amor como punta visible de un témpano que se hunde en las dificultades para encontrar el propio lugar en un mundo por completo ajeno.Así como la película retrata los duros procesos de adaptación cultural de sus personajes, Hsu juega a colocar a su película dentro de un determinado linaje de la cinematografía nacional. Para ello utiliza al personaje de Huang –interpretado por ese buen actor que es Ignacio Huang, coprotagonista de Un cuento chino junto a Ricardo Darín– para intercalar citas que van de Leonardo Favio a Fabián Bielinsky pasando por Martín Rejtman y que tienen su epítome en Hacerme feriante, gran documental de Julián D’Angiolillo sobre la feria La Salada.Hsu logra hacer de su película un retrato de muchas dimensiones. Por un lado, a través de la composición de algunos planos replica la complejidad del mundo de la feria, consiguiendo hallar en ella un delicado orden estético. También maneja con habilidad un perfil fotográfico para cada uno de los espacios sociales que integran el relato: luminoso, brillante y hasta kitsch para representar la vida burguesa de la familia coreana; sucio y pringoso al retratar la cotidianidad de los feriantes y trabajadores. Pero el mayor logro de esa ductilidad en el manejo de la fotografía está dado por la capacidad para hacer confluir ambos espacios, en consonancia con la narración, y construir con ellos un objeto nuevo y único. Confluencia que la banda sonora se encarga de adelantar con pequeños detalles disruptivos, como hacer sonar una especie de Elvis coreano en una discoteca boliviana. De los retratos que es posible encontrar en La Salada, no es menor aquel que permite asimilar la estructura de la feria como metáfora de la Argentina: enorme, caótica, miserable y un poco triste, pero a la vez compleja, plural y siempre en estado de vigilia. Un país que, como afirma uno de los personajes masculinos, es como las mujeres: “ni llorando la vas a entender”, simplemente “hay que quererla”.
Un mundo secreto y fascinante La feria de La Salada es un inmenso negocio ligado a un creciente fenómeno de consumo popular. En ese ámbito tan caótico como fascinante por su diversidad y dinámica interna confluyen los protagonistas y las tres historias de esta ópera prima de Hsu, ganadora de Cine en Construcción del Festival de San Sebastián 2013 y presentada en la competencia argentina del Bafici 2014. Yun Jin es una atractiva joven coreana, cuyo padre (un empresario que posee tres puestos en La Salada) le ha arreglado un casamiento con el hijo de un amigo. Ella, claro, no está de acuerdo, pero tampoco se anima a enfrentar a la dominante autoridad paterna, aunque empieza a coquetear con un muchacho argentino. Huang es de origen taiwanés y trabaja por las noches en un puesto de venta de películas truchas. Su madre, que vive en Taiwan, le pregunta por teléfono siempre lo mismo: "¿Ya conseguiste novia?" Y él intentará (de manera obsesiva y con bastante torpeza) acercarse a las mujeres. La tercera historia es la de Bruno, un adolescente de 17 años que llega desde Bolivia con su tío Kim y comenzará a deambular por distintos lugares y trabajos precarios. Lo mejor de este film cuidado y prolijo tiene que ver con ciertas pinceladas y viñetas respecto del funcionamiento interno, de los códigos y de las tradiciones de las comunidades de coreanos, taiwaneses y bolivianos que viven en la Argentina, sobre los prejuicios para con ellos, pero también sobre los de ellos hacia los demás. La Salada -más allá de los contrastes étnicos- también tiene bienvenidos rasgos de inocencia y ternura a la hora de retratar las angustias, inseguridades, los temores y las contradicciones internas de sus criaturas, aunque por momentos cede a ciertos lugares comunes, a resoluciones un poco superficiales y convencionales. Es una buena película, sin duda, pero deja la sensación de que con un poco más de vuelo y menos clichés podría haber sido todavía mejor.
El desconcierto Retrata a un sector de la población de la Argentina tan vasto como misterioso: los inmigrantes. Por su título, La Salada parece la competencia de Bolishopping, otro de los estrenos de esta semana. Casualidades del destino: si bien transcurren en ambientes emparentados -y hasta comparten un actor, Limbert Ticona- son películas completamente diferentes. A diferencia de la de Pablo Stigliani, la opera prima de Juan Martín Hsu no pretende denunciar mafias. La feria de Lomas de Zamora funciona sólo como marco y nexo vinculante de tres historias entrecruzadas de inmigrantes: un próspero empresario coreano, cerrado culturalmente, empecinado en que su hija se case con un compatriota; un taiwanés que se dedica a piratear películas y mitiga su soledad llamando casi diariamente a su familia en Taiwán; un joven boliviano recién llegado que trata de hacer pie en la Argentina. Hijo argentino de madre taiwanesa y padre chino, Hsu conoce de primera mano lo que está contando: las nostalgias del inmigrante, esa sensación de sentirse ajeno a un lugar o a una cultura aun años después de haberse ido del propio terruño. En ese sentido, la película -hablada en coreano, chino, quechua y castellano- es una rareza: retrata a un sector de la población de la Argentina tan vasto como misterioso, que no es abordado con mucha frecuencia por el cine o la literatura (hay varias excepciones, como Bolivia, de Adrián Caetano, o las novelas Un chino en bicicleta, de Ariel Magnus, y la controvertida Bolivia construcciones, de Sergio di Nucci, de la que Hsu tomó algunas ideas). La Salada está lejos de ser una película redonda: le falta vigor narrativo y por momentos cae en el nadismo que afecta a parte del cine argentino (al que Hsu homenajea, desde Juan Moreira a Rapado). Pero transmite la soledad y el desconcierto del extranjero, que es, en definitiva, lo que se propone.
"La Salada" tuve la suerte de verla en un festival de cine, en donde ganó como "mejor película", premio que viene obteniendo en muchísimos festivales alrededor del mundo. Opera prima de Juan Martín Hsu quien se mete en el mundo de la salada y de tres personajes que van dando vueltas alrededor de la feria. La historia de Yun-Jin, coreana, quien se va a casar con un hombre, amigo de su padre (siendo él quién le arregló el casorio), fue la historia que más me "divirtió"... por otro lado está la historia de Huang, un taiwanés que tiene sus "momentos", sobre todo cuando piratea películas argentinas y habla con su madre por teléfono; y por último, Bruno, un boliviano que se las ve complicadas consiguiendo trabajo. Una película de tránsito muy lento, grandes puestas de cámara pero que a mi parecer se pierde en el camino y no llega a resolver lo que propone. No me mató para nada, pero si queres ver algo diferente, ¡esta es tu opción!
La nueva inmigración en Argentina, en este caso coreanos, bolivianos y chinos unidos por un lugar de trabajo en común pero también el desarraigo, la soledad, la falta de comunicación, las barreras culturales. Bien actuada, conmovedora.
“La Salada”, o el nuevo crisol "Argentina es como las mujeres. Por más que llores no las entiendes. Solo las puedes amar", le explica un inmigrante ya instalado a otro que recién llega. Comedia tierna y triste, "La Salada" está hecha por el hijo argentino de dos inmigrantes, Juan Martín Hsu. Se cruzan en ella taiwaneses, coreanos, bolivianos y argentinos. Laburantes y pícaros, adaptados y desconcertados, solitarios todos aún dentro de su grupo, y soñadores necesitados de amor. Así habrán sido también nuestros abuelos. La feria es el lugar de cruce. Allí vive Huang, que duerme en su lugar de trabajo junto a la copiadora de dvds truchos, intenta congraciarse con la morocha altanera que cobra los alquileres, y llama a su madre que vive con otro horario en la otra punta del mundo. Allí van a parar Bruno y su tío, orientados por un connacional orgulloso de sus manos curtidas. El chico vivirá un arrime con una hermosa representante de su pueblo (palabras quechuas acarician los oídos con el fondo de una canción melódica en inglés), y sufrirá tratando de aprender un oficio en un restaurante coreano. Suena raro, pero muchos mozos de restaurantes coreanos son bolivianos. Y allí, protagonizando la historia principal, está el señor Yin, que tiene tres puestos de ropa controlados por su hija y mano derecha, próxima a casarse en matrimonio arreglado con un lindo joven de su comunidad. Los preparativos de boda integran gestos modernos y ropas tradicionales que quizás en su país de origen ya ni se usen, algo propio de muchas comunidades. Esos preparativos pueden parecernos ajenos, pero hay cosas universales: la joven, ordenada y obediente, puede ser más moderna de lo que parece y, como sea, al hombre se le casa la hija y su hogar se quedará vacío. Una mujer de la noche, curtida pero también sensible, un gavilán bonaerense dando vueltas alrededor de "la chinita", un pastor golfista y consejero, son algunas de las figuras que completan el fresco. Todas creíbles, y muy bien interpretadas. En el reparto, Yunseon Kim ("Graduados"), Chang Sung Kim, Ignacio Huang, Limbert Ticona, Mimí Ardú, Paloma Contreras, Lizeth Villarroel, Nicolás Mateo, Percy Jiménez. La Argentina, crisol o mosaico de razas, como cada uno quiera verla, o como le resulte aunque no quiera.
La nueva ola Huang piratea películas nacionales y mantiene un contacto telefónico permanente con su madre, que desde Taiwán le pregunta: “¿Conseguiste novia?”. Bruno llega desde Bolivia con una mano atrás y otra adelante, hasta que lo contrata para su restaurante el Sr. Kim, un magnate a escala de la primera inmigración coreana, que desea ampliar su influencia en La Salada. Y empiezan los cruces de inmigrantes, con alguna que otra aduana moralista. Huang persigue denodadamente a Paloma, la cobradora del “peaje”, una justa difícil con final abierto; Luciano, empleado de La Salada, se enamora de la hija del señor Kim, Yunjin, que estaba comprometida con un muchacho de la colectividad, mientras Bruno encuentra a una bonita hija de inmigrantes en un baile, y le hace el aguante al patrón entre vasos de whisky y karaoke de pop coreano. Esta ópera prima coral de Juan Martín Hsu, que hizo su debut público en el Bafici 2014, toma elementos de diversos films como Buena vida delivery, de Di Cesare; Felicidad, de Todd Solondz, e incluso Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola, y consigue un buen (si bien pequeño) retrato sobre el flujo de inmigrantes asentados en el país tras el retorno de la democracia.
Crítica emitida por radio.
Este film argentino es mucho más que “argentino” en dos sentidos. Primero, cuenta varias historias entrelazadas que trabajan sobre la experiencia del nuevo inmigrante en nuestro país: coreanos, bolivianos y taiwaneses, que tienen como escenario común ese mundo concentrado de La Salada. Lo argentino aparece entonces como contexto. Pero también como una experiencia universal, la de la migración constante y el desarraigo en un mundo cada vez más igual en todas partes. Uno de los títulos nacionales imperdibles del año.
La película "La Salada" traza un retrato de la inmigración en la Argentina a través de personajes que interactúan en la feria más populosa de la Argentina. En la ópera prima de Juan Martín Hsu, la globalización no es un concepto que sirva de pretexto para publicar papers de dudosa recepción, sino el espectro que organiza la experiencia personal y topológica de todos los personajes. En La Salada, ser y estar no resulta precisamente una conjugación simultánea y una elección de cómo referirse a la posición subjetiva con la que se habita y se siente. En una escena particularmente extraordinaria por su hondura emocional desprovista del característico sentimentalismo chapucero de este tipo de secuencias, una mujer interpretada por Mimi Ardú y uno de los protagonistas, Huang, mantienen una conversación precedida por un tema de Phil Collins en la que este joven deja el castellano por el chino y le cuenta un par de cosas en su propio idioma. El último cuento que cierra la escena sintetiza una forma de estar en el mundo en pleno siglo XXI, la era de la emigración permanente, cuya moraleja podría ser: ni aquí, ni allá, en ningún lugar del todo y siempre en varios idiomas. No es la primera vez que una película transcurre en esa feria alternativa del mercado ortodoxo llamada La salada, correlato estructural de la economía real, cuyo funcionamiento no responde a las reglas de la oferta y demanda tal cual las entendemos. Y Hsu lo sabe cuando ya en el inicio se llega a leer a medias en la computadora en la que copia películas para vender el título de la genial Hacerme feriante. Su película funciona como un contracampo intimista de la película de Juan D'Angiolillo pero, al igual que ésta, también se preocupa por denotar la geografía de la feria para que se entienda esa experiencia colectiva. Sus panorámicas y planos generales sobre el territorio son precisos y alcanzan para situar las pequeñas historias que articulan el relato, sin ceder entonces al solipsismo de los sentimientos amorosos. En efecto, la soledad es el tema central, el desarraigo también, pero ambos estados anímicos son atravesados por un orden económico específico. Los personajes son encantadores: un padre y su hija coreanos: ella a punto de casarse con un compatriota, él un hombre solo, viudo inamovible. Un joven taiwanés que vive solo, extraña a su madre que sigue en su país y le gusta mucho una joven policía enteramente argentina. Los otros protagonistas son dos bolivianos, tío y sobrino. Todos ellos han llegado a Argentina para mejorar. El cariño que profesa el director por sus criaturas es constante, pero se evidencia particularmente en una escena hermosa en la que el joven boliviano y el comerciante coreano que le dará trabajo comparten un instante de ocio. Pequeña gran película La salada. Hsu, siempre consciente de que el cine es una especie de esperanto en el que todas las culturas pueden encontrarse, da sus guiños y sugiere cómo uno de sus personajes aprende sobre Argentina a través del cine, ese país suplementario que ha cimentado desde sus primeras décadas una verdadera internacional de imágenes en movimiento.
Un intenso lugar en el mundo La película del director argentino, Juan Martín Hsu, delinea un mapa de relaciones en donde el drama da paso al humor. Para muchos la feria La Salada, surgida en los noventa en plena crisis económica, es un espacio donde se comercia desde la ilegalidad, mientras que para otros es un fenómeno económico y social que hoy define los hábitos de consumo de buena parte de la población. Y está Juan Martín Hsu, un director argentino de origen chino que ve en ese espacio un territorio único para reflexionar en su opera prima sobre la multiculturalidad del presente que enriquece la identidad argentina. Ganadora de numerosos premios en distintos festivales del mundo, en buena parte del relato La Salada se instala entre la abigarrada feria llena de puestos, pasillos y recovecos, escenarios reales que parecen haber sido diseñados para contar tres historias que tienen como protagonistas a inmigrantes, un poco fuera de su eje en un lugar que todavía no les es propio pero luchando para salir adelante y encontrar su destino. Así, el insomne taiwanés Huang (Ignacio Huang, de Un cuento chino) hace copias truchas y aprende castellano con películas como Juan Moreira o Sábado y cuando se comunica telefónicamente con su madre escucha una y otra vez la pregunta de si ya tiene novia, entonces con su infinita tristeza (que recuerda a los personajes de Tsai Ming-liang) trata de satisfacer torpemente el reclamo materno. En paralelo, tampoco le son fáciles las cosas a Bruno, recién llegado desde Bolivia junto a su tío en busca de trabajo y con grandes dificultades de adaptación, hasta que encuentra la ayuda y la contención inesperada del coreano Kim (Chang Sun Kim, de Graduados y Los simuladores) que lo quiere como un hijo y sobre todo, no le trae los dolores de cabeza que Yun Jin, su verdadera hija, que empieza a dudar de el casamiento que arregló su conservador padre. Con una mirada que tiene tanto de ternura sobre sus personajes como curiosidad sobre su futuro, Hsu va delineando un mapa de relaciones en donde el drama da paso al humor de manera natural, sin remarcaciones innecesarias pero con observaciones precisas sobre cada diferencia cultural, sin olvidar cuestiones como los cruces generacionales, la cuestión social y si, una tímida pero evidente conclusión esperanzadora.
Después de la excepcional Hacerme feriante, el predio de La Salada ya cuenta con una segunda película, ahora de ficción. Sin embargo, esta vez el espacio de la feria no es el centro al que se dirige la mirada en busca de un universo desconocido, sino un fondo en el que se encuentran dispuestas previsiblemente la marginalidad y unas condiciones de vida precarias sobre las que van a imprimirse varios relatos: el de un padre coreano encargado de dos locales y de su hija que está a punto de casarse; el de un joven taiwanés desarraigado que sobrevive copiando películas que después vende en su puesto; el de un tío y un sobrino bolivianos que llegan a Buenos Aires buscando trabajo y son empleados por un paisano en un restaurante coreano. Como en toda película coral, las historias crecen una al margen de la otra hasta que se conectan a través de sus personajes. El debut de Juan Martín Hsu es sólido: la puesta en escena es económica pero consistente, el director no utiliza ni un solo plano de más, y el encuadre, casi siempre calculadísimo, alcanza a dar cuenta de una enorme cantidad de movimiento e intercambios en su interior. El problema de La Salada no es tanto formal como del orden de los temas: en sus momentos menos lucidos, la película parece una versión mejorada y más pudorosa de Babel, como si el retrato de la pobreza, cuando entra en contacto con las humillaciones y frustraciones que padecen los protagonistas, dieran como resultado algo muy parecido a ese cine de corte internacional que explota la miseria y que la filmografía de Iñarritu resume a la perfección. La opera prima de Hsu se acerca demasiado a esa fórmula y en más de una ocasión cae bajo su peso. De a ratos, el guion parece dedicado casi exclusivamente a sumir en la alienación a los protagonistas sin dejarles el más mínimo resquicio para hallar alguna clase de tranquilidad, ya no digamos de felicidad. Se dice que las películas nacen todas iguales, pero también es cierto que una vez liberadas en el mundo se vinculan entre sí: que La Salada se revele como un objeto tan diseñado, que parezca tan pegado a una moda del cine como la de ese nuevo pobrismo internacionalista que mencionábamos, es en buena parte obra del trabajo de otra película anterior como Hacerme feriante, que se sumergía de lleno en el espacio caótico de la feria sin un plan previo y que, por eso mismo, descubría un mundo nuevo y fascinante. La cuestión, entonces, es que la película de Hsu viene a surcar un terreno que ya había sido en parte descubierto y cartografiado por un explorador mejor pertrechado.
El dilema del extranjero En su opera prima, el director Juan Martín Hsu se mete no sólo con un universo prefijado de referencias y tonalidades que tienen que ver con el cine independiente argentino, sino además con un mundo que sostiene el relato como ese de la feria de La salada, espacio que alberga (es una forma de decir) a los protagonistas de este relato coral y que oficia como tilde que remarca y da contexto a la experiencia de los personajes. Sin embargo, el mayor hallazgo del realizador es lograr que ese juicio previo que podemos tener sobre un film que se centre en La salada y que verse sobre los mecanismos del trabajo esclavo y la inmigración explotada, se perviertan en pos de una historia alejada de la bajada de línea tranquilizadora y más cerca de una sensibilidad puesta en función de comprender al otro. Son tres las historias que integran La salada, las cuales se van entrelazando progresivamente pero sin una planificación que connote la presencia del guión. Esas historias se cruzan porque así es el mundo caótico de la gigantesca feria ubicada en los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires, un mundo de relaciones de interés donde la diferencia de fuerzas entre las partes determina posiciones de sometimiento y poder. Pero si hay algo que une a estos personajes es la sensación de soledad, de angustia existencial, lo cual es para el director algo previo a la condición de extranjero. Es decir, primero se está solo, alejado, desconectado; luego se es extraño. Por eso que en todas las historias será el amor el elemento que ingrese para tratar de modificar la experiencia de los protagonistas, un lazo afectivo que morigere aquella soledad. Decíamos de los prejuicios sobre una trama ambientada en La salada, los cuales son saboteados por el film constantemente. Si bien no se elude ese contorno amargo y desprotegido que uno imagina, la película deja de lado cualquier posibilidad de sordidez y se preocupa por construir personajes entrañables y complejos, que incluso pueden ser solidarios y tener buenas intenciones, aún cuando sean jefe y empleado. Es una apuesta, que puede gustar o no (uno imagina que no faltará quien la trate de tibia), pero no deja de ser una decisión que se sostiene desde la puesta en escena, con una cámara que busca ponerse a la par de sus personajes y nunca por encima. No hay cinismo en la película de Hsu, tal vez sólo un reprochable tono medio que por momentos encapsula demasiado las emociones con el fin de no desbordarse. Lo más interesante se da en la historia de Huang, el más a la deriva de los personajes, quien no sólo se dedica a la venta de películas argentinas truchas, sino que además recurre a esas mismas películas (de Favio a Bielinsky, de Rejtman a D’Angiolillo) como una forma de educación cultural. No sólo el cine obrando como referente mayor de una identidad nacional, sino además una serie de autores que son citados como propia búsqueda de identidad por parte de la película. La salada se inscribe fácilmente en ese segmento de películas con una mirada personal, pero que a la vez incorporan elementos que al gran público pueden seducirlo. Espejándose en ese conflicto, la película termina encontrando su tema: cómo incluirse en otro lugar, otra cultura, sin perder la propia identidad. El dilema del extranjero.
Película coral que narra varias historias paralelas ligadas al mercado de La Salada –en el Gran Buenos Aires–, la premiada opera prima de Juan Martín Hsu es un tierno y cálido retrato de una serie de personajes perdidos, confundidos y hasta algo asustados tratando de acomodarse dentro de una realidad que no le es del todo clara. Se trata de inmigrantes con mayor o menor tiempo en el país: un joven taiwanés que copia películas truchas y que busca obsesivamente encontrar el amor, un inmigrante boliviano recién llegado que trata de adaptarse a su nueva vida y, principalmente, un padre y una hija coreanos que entran en conflicto cuando da la impresión de que la hija duda acerca de llevar a cabo los planes familiares. Esto es: casarse con otro joven coreano. La-Salada-Juan-Martin-Hsu-04Estas historias se desarrollan con cierta parsimonia y un tono de discreta comedia humanista, que gana puntos por la comprensión y el cariño que tiene por los respectivos sufrimientos e ilusiones de los personajes pero que no termina de resultar del todo atrapante, por momentos, desde lo narrativo. Es un filme honesto y sincero que está plagado de personajes atractivos y nobles, pero que por momentos parece aquejado por las mismas dudas e inseguridades que sus criaturas. De todos modos, una opera prima promisoria de parte de un cineasta con un mundo definido e inusual.
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