La Salada

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La película "La Salada" traza un retrato de la inmigración en la Argentina a través de personajes que interactúan en la feria más populosa de la Argentina.

En la ópera prima de Juan Martín Hsu, la globalización no es un concepto que sirva de pretexto para publicar papers de dudosa recepción, sino el espectro que organiza la experiencia personal y topológica de todos los personajes. En La Salada, ser y estar no resulta precisamente una conjugación simultánea y una elección de cómo referirse a la posición subjetiva con la que se habita y se siente.

En una escena particularmente extraordinaria por su hondura emocional desprovista del característico sentimentalismo chapucero de este tipo de secuencias, una mujer interpretada por Mimi Ardú y uno de los protagonistas, Huang, mantienen una conversación precedida por un tema de Phil Collins en la que este joven deja el castellano por el chino y le cuenta un par de cosas en su propio idioma. El último cuento que cierra la escena sintetiza una forma de estar en el mundo en pleno siglo XXI, la era de la emigración permanente, cuya moraleja podría ser: ni aquí, ni allá, en ningún lugar del todo y siempre en varios idiomas.

No es la primera vez que una película transcurre en esa feria alternativa del mercado ortodoxo llamada La salada, correlato estructural de la economía real, cuyo funcionamiento no responde a las reglas de la oferta y demanda tal cual las entendemos. Y Hsu lo sabe cuando ya en el inicio se llega a leer a medias en la computadora en la que copia películas para vender el título de la genial Hacerme feriante. Su película funciona como un contracampo intimista de la película de Juan D'Angiolillo pero, al igual que ésta, también se preocupa por denotar la geografía de la feria para que se entienda esa experiencia colectiva. Sus panorámicas y planos generales sobre el territorio son precisos y alcanzan para situar las pequeñas historias que articulan el relato, sin ceder entonces al solipsismo de los sentimientos amorosos.

En efecto, la soledad es el tema central, el desarraigo también, pero ambos estados anímicos son atravesados por un orden económico específico. Los personajes son encantadores: un padre y su hija coreanos: ella a punto de casarse con un compatriota, él un hombre solo, viudo inamovible. Un joven taiwanés que vive solo, extraña a su madre que sigue en su país y le gusta mucho una joven policía enteramente argentina. Los otros protagonistas son dos bolivianos, tío y sobrino. Todos ellos han llegado a Argentina para mejorar. El cariño que profesa el director por sus criaturas es constante, pero se evidencia particularmente en una escena hermosa en la que el joven boliviano y el comerciante coreano que le dará trabajo comparten un instante de ocio.

Pequeña gran película La salada. Hsu, siempre consciente de que el cine es una especie de esperanto en el que todas las culturas pueden encontrarse, da sus guiños y sugiere cómo uno de sus personajes aprende sobre Argentina a través del cine, ese país suplementario que ha cimentado desde sus primeras décadas una verdadera internacional de imágenes en movimiento.