La Salada

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

La nueva ola

Huang piratea películas nacionales y mantiene un contacto telefónico permanente con su madre, que desde Taiwán le pregunta: “¿Conseguiste novia?”. Bruno llega desde Bolivia con una mano atrás y otra adelante, hasta que lo contrata para su restaurante el Sr. Kim, un magnate a escala de la primera inmigración coreana, que desea ampliar su influencia en La Salada. Y empiezan los cruces de inmigrantes, con alguna que otra aduana moralista. Huang persigue denodadamente a Paloma, la cobradora del “peaje”, una justa difícil con final abierto; Luciano, empleado de La Salada, se enamora de la hija del señor Kim, Yunjin, que estaba comprometida con un muchacho de la colectividad, mientras Bruno encuentra a una bonita hija de inmigrantes en un baile, y le hace el aguante al patrón entre vasos de whisky y karaoke de pop coreano. Esta ópera prima coral de Juan Martín Hsu, que hizo su debut público en el Bafici 2014, toma elementos de diversos films como Buena vida delivery, de Di Cesare; Felicidad, de Todd Solondz, e incluso Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola, y consigue un buen (si bien pequeño) retrato sobre el flujo de inmigrantes asentados en el país tras el retorno de la democracia.