La Salada

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Soñar, soñar

Con una puesta en escena de notable precisión, el realizador Juan Martín Hsu construye en La Salada (2014) un relato descarnado pero nunca efectista, con un puñado de personajes tan creíbles que parecen arrancados de la vida misma.

La feria de La Salada (o “La Salada”, a secas) se convirtió en un emblema de los nuevos hábitos de consumo en Buenos Aires, además de mostrar una renovada cartografía de la inmigración. Organizada mediante precarios puestos que venden productos a bajísimo precio (textiles, en su mayor parte), este espacio se llena de compradores que, aún en la madrugada, lo transitan y se chocan entre sí. Hsu (hijo de chinos pero nacido en Argentina) aborda en su film las necesidades, deseos y frustraciones de un grupo de personajes. Tres son las historias que este fluido relato cruza, pero no teman: si al comienzo la película remite al cine de Alejandro González Iñárritu (el mismo de Amores Perros y Babel), La Salada no está construida sobre la base de un guion paternalista for export , ni mucho menos manipulador.

La película nos muestra las vidas de Yun Jin, una bella chica coreano-argentina que asiste a su padre, empresario que tiene puestos en la mencionada feria. Ella está por casarse, pero un argentino bastante canchero está dispuesto a conquistarla. Por otra parte, está Huang (interpretado por Ignacio Huang, visto en Un cuento chino, 2011), joven taiwanés al que su madre le repite en cada comunicación telefónica “¿Ya tenés novia?”. A la búsqueda de ese propósito irá este melancólico que tiene problemas para dormir y cuyo trabajo consiste en copiar películas en DVD. Por último, hay dos inmigrantes bolivianos; un hombre adulto y su sobrino, quienes llegaron a Argentina con la urgencia de encontrar empleo.

Juan Martín Hsu alterna y pone en cruce estas historias, sin la necesidad de que esos encuentros resulten ingeniosos. Rasgo que potencia una construcción naturalista que, claro, no está exenta de paradojas y contradicciones; la necesidad del padre coreano para dirigir a los gritos los destinos de su hija, mientras un poco de alcohol lo sume en el llanto; los encuentros con mujeres para Huang, que apenas muestran una esperanza se clausuran con un nuevo cuadro de soledad; o el choque entre el pasado y el futuro en Bruno, el joven boliviano, a quien a diferencia de su tío le cuesta mucho más integrarse. Todo esto resume elementos de un combo en donde hay espacio para el drama y la comedia, enhebrados en sutiles observaciones (es cierto, también hay de las otras, que resienten un poco el resultado final). Pero está claro que Hsu, además de mostrarnos a estos personajes, los mira con un dejo de ternura, evita juzgarlos y nos invita a reflexionar sobre el nuevo multiculturalismo en una ciudad sumamente expulsiva.