La sal de la tierra

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

La vida santa de Sebastião Salgado

Hijo del famoso fotógrafo brasileño Sebastião Salgado y codirector con el alemán Wim Wenders de este documental de tono celebratorio y trascendente, Juliano Ribeiro Salgado ha contado en alguna entrevista que la relación con su padre nunca fue del todo fácil. Durante mucho tiempo, Sebastião pasó gran parte de cada año lejos de su casa, trabajando en una obra realmente monumental enfocada en la vida y el sufrimiento de trabajadores oprimidos y las migraciones de las víctimas de hambrunas feroces y guerras sanguinarias. Luego de trabajar un tiempo en la administración de la Organización Internacional del Café, Sebastião decidió dedicarse de lleno a la fotografía, un terreno al que llegó casi por casualidad. Muy pronto, a fines de los años 70, fue contratado por la agencia Gamma, con sede en París, y después por la prestigiosa Magnum Photos. Recién en 1994 fundó su propia agencia, Amazonas Images, también en París, y se dedicó a recorrer el mundo para mostrar su impresionante obra, reunida en proyectos muy difundidos como Trabajadores (1993), que documenta las dificultades en la vida cotidiana de la clase obrera en todo el mundo, y Éxodos (2000), que recopila parte de su trabajo sobre la emigración masiva provocada por los desastres naturales, el deterioro medioambiental y la presión demográfica.

La narración de la historia de este artista de perfil sociológico es diáfana, ágil, apoyada en valioso material de archivo -sus propias fotos, que ha exhibido en todo el planeta, y las de carácter más íntimo, vinculadas con su vida familiar- y en breves y más bien solemnes apuntes de la voz en off de Wenders.

Es difícil no rendirse ante el poder de esas imágenes y el tamaño de la epopeya de este hombre dedicado de lleno a la investigación social en los lugares más inhóspitos y hostiles, desde África hasta el Ártico. También resulta valioso el registro del imponente emprendimiento del Instituto Terra, destinado a recuperar con un costoso trabajo de reforestación la selva de la Mata Atlántica que rodeaba la finca de Aimorés, en Minas Gerais, donde Sebastião nació, antes de que se introdujera el ganado: un refugio en la naturaleza para combatir la destrucción de la que fue testigo durante demasiado tiempo.

Pero hay algo que la película elude soberanamente y que, es evidente, le resta solidez y equilibrio: no hay una sola mención a las objeciones en torno al trabajo de Salgado, que han sido muchas y provenientes de voces tan autorizadas como las de la intelectual estadounidense Susan Sontag y la periodista sudafricana de The New Yorker Ingrid Sischy, ambas fallecidas. Se ha señalado con insistencia que Salgado ha estetizado la tragedia, que ha usado la miseria con fines comerciales, que se ha erigido en estrella de sus trabajos, relegando a los protagonistas de las fotografías a un segundo plano, y que ha anestesiado de ese modo la reacción ante las injusticias, transformándolas en mero objeto de contemplación. Pensado como hagiografía, el documental no se hace cargo de esas acusaciones y termina recalentando también los señalamientos que han disparado los críticos de Wenders, sospechado de vampirizar convenientemente el talento ajeno en más de un caso: el de Nicholas Ray en Relámpago sobre el agua, el de Compay Segundo y sus colegas en Buena Vista Social Club, el de Pina Bausch en Pina y el de Michelangelo Antonioni en Más allá de las nubes. Puntos de vista, naturalmente. Vea y decida.