La religiosa

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

LAS DESVENTURAS DE SUZANNE SIMONIN

En 1760 se publicaba La religiosa de Denis Diderot, una novela polémica y provocadora que iba de acuerdo a su formación enciclopedista, crítica y atea. Era el siglo XVIII y muy pocos pudieron comprender su objetivo: desestabilizar el pensamiento heredado el cual profesaba obediencia absoluta sin cuestionamientos. Al fin y al cabo lo que Diderot soñaba era el nacimiento de una nueva sociedad de seres críticos, portadores de nuevas ideas a través de su texto que emanaba denuncias concretas sobre la vida dentro de los claustros, producto de una experiencia autobiográfica sufrida por su propia hermana, víctima de la humillación y coerción proferida dentro de los mismos.

Suzanne Simonin es una niña estigmatizada por haber nacido como fruto de un amor prohibido. Marcada por el destino del infortunio su presente lentamente se va transformando en pesadilla cotidiana. Obligada a tomar los votos (deberá pagar el “error” cometido por su madre pecadora) es recluida en un convento, lugar del que pronto es excluida por negarse a jurar el abandono definitivo del mundo pagano. Segundo error. Ya no sólo es la presencia corporea del pecado, sino que también es una hereje.

Como consecuencia, su madre descorazonada, la recluye por meses en su cuarto hasta localizar otro convento en donde poder alojar a la joven (o más bien, donde abandonarla). Una vez en el segundo convento, mucho más alejado de la civilización, Suzanne es definitivamente enclaustrada. Pero las cosas tampoco funcionan y luego de una serie de eventos muy desafortunados (caminatas sobre vidrios, paseos desnuda por las instalaciones, falsos exorcismos, etc) debe ser trasladada a un tercer convento. Donde, obviamente, nada sera muy distinto a las anteriores experiencias.

La horrible vida de Simonin no sólo fue contada por Diderot, sino que también por Jaques Rivette (1996) y por Guillaume Nicloux (2013), filme del cual se hablará oportunamente. Casi tomando al pie de la letra las palabras de Diderot, Nicloux, hizo de La religiosa una película inserta dentro de los parámetros del melodrama clásico. ¿Qué más puede pasarle a Suzanne que no le haya pasado ya a la heroína de las novelas de la tarde? Sin embargo, sin bien las peripecias de la protagonista se vuelven un poco obvias y excesivas, el valor de la obra de Nicloux no se cierne sobre el tema sino más bien sobre la puesta en escena.

De fotografía y escenario pictórico, La religiosa, plasma en un sentido relato audiovisual la historia de una niña con agallas quien más allá del designio moral, social o cultural supo confiar en si misma para cumplir su sueño: ser una mujer de mundo. Pero la vida no es fácil, por lo tanto la de Suzanne tampoco lo será. La religiosa es un viaje místico que recorre los recovecos más íntimos de los claustros cristianos, algunas veces en clave irónica (el rol de Isabelle Hupert como madre superiora) y otras tantas bajo el sello dramático del melodrama.

¿Quién fue Suzanne Simonin? Es la pregunta que la misma Suzanne repite silenciosa tras las rejas de la prisión religiosa. Y es esa búsqueda identitaria la que acompaña la poesía cinematográfica de esta película que encuentra la llave para ingresar en lo más profundo de la vida monástica de la mano de, una cámara inteligente y un texto adaptado de quien fuera uno de los más cultos y complejos literatos del siglo XVIII.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro