La reina desnuda

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"La reina desnuda", sordidez y violencia sexual

La película pone en escena una versión actualizada de la dicotomía entre civilización y barbarie, filtrada por el tamiz de la corrección política. Asimismo, ofrece una visión algo torcida de lo que significa el empoderamiento femenino en un entorno definido por la violencia machista.

El nombre de José Celestino Campusano ya es un clásico de los festivales vernáculos. Prolífico como pocos, este director acostumbra realizar un par de películas al año, con las que suele marcar presencia en los dos grandes encuentros de cine de la Argentina, el Bafici y el Festival de Mar del Plata. A 15 años del estreno de Vil romance, su ópera prima, que en 2008 lanzó su nombre a la consideración cinéfila justamente como parte de la Competencia Internacional de Mar del Plata, Campusano estrena La reina desnuda, su largometraje n° 21, al mismo tiempo que anuncia la entrada a posproducción de otros cuatro largometrajes durante 2023.

La reina desnuda marca diversas continuidades dentro de la vasta obra de Campusano. Por un lado, pueden señalarse aquellas que signan un recorrido estético que le da más relevancia al relato que a la forma, cuyo resultado vuelve a ser una historia “fuerte” (que no es lo mismo que una narración sólida), pero despareja en muchos aspectos de su factura. Por el otro, Campusano regresa una vez más sobre ejes temáticos a los que ya podría enmarcarse dentro de la categoría de obsesión. Como la mayoría de sus trabajos previos, La reina desnuda vuelve a girar en torno a distintas formas de violencia (familiar, social, de clase), con un interés evidente y específico por aquellas pulsiones sexuales que se desarrollan en ambientes sórdidos, marcados por la desprotección o el abuso.

La película vuelve a ubicar la acción en un pueblo de provincia, donde la frontera entre lo urbano y lo rural se esfuma. Al mismo tiempo, pone en escena una versión actualizada de la dicotomía de civilización contra barbarie, filtrada por el tamiz de la corrección política, que deriva en una visión algo torcida de lo que significa el empoderamiento femenino en un entorno definido por la violencia machista. Ahí vive Victoria, una mujer que habiendo sido víctima de múltiples abusos, manifiesta su sexualidad con aparente libertad, aunque eso implique ponerse siempre en riesgo. Esa ecuación de abuso y promiscuidad es la que parece definir la conducta de la mujer, aunque desde un punto de vista freudiano algo anticuado.

El film promueve la proliferación de subtramas y personajes “express”, que pasan por la pantalla apenas en una escena o dos (una vieja cocainómana; un peón de campo maníaco sexual; un amante abandonado que duerme tirado en el suelo), pero que parecen estar ahí menos para aportar desde lo dramático que para garantizar un determinado estándar de sordidez. Con esos detalles como síntoma, La reina desnuda avanza sin un orden claro, intercalando escenas del presente con flashbacks de intención explicativa, como si al director le interesara enhebrar situaciones de alto impacto antes que alimentar la tensión narrativa. Una decisión que, junto a otras (como el carácter discursivo de algunos parlamentos), evidencia la intención de expresar un mensaje unívoco, muy cercano al juicio moral.