La reina del miedo

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Una Semana en la vida de

De día y para el afuera Robertina es una estrella exitosa, una actriz que convierte en oro cualquier guion que toca, al punto que los productores le dan carta libre y le financian obras sin verlas. Para el adentro, está tan ansiosa y en un estado de miedo constante que no puede dormir, pasando buena parte de la noche con la mira fija en el velador y entrando en pánico si se corta la electricidad en el barrio.

Las circunstancias del día a día se la llevan por delante y le cambian el rumbo, distrayéndola de sus metas. O quizás eso es justo lo que quiere, una excusa para no hacer lo que tiene pero no desea hacer. La enfermedad de un amigo muy querido que vive en el exterior y con el que está algo distanciada, es motivo más que suficiente para dejar colgado el unipersonal que prepara y viajar a su encuentro.

Mejor llamo al auspiciante

Como tomó la costumbre parte del cine nacional, La Reina del Miedo es más que nada un fragmento de vida de un personaje que no abandona nunca el plano, con un inicio y final de selección un tanto caprichosos.

Es cierto, la protagonista tiene un conflicto que no sabe cómo resolver, pero no sabemos mucho más que algunas insinuaciones sobre cómo llegó hasta allí ni de cómo va a seguir. Lo importante es el mientras tanto. El resto queda a discreción del público, porque en el fondo es más que nada un ejercicio de actuación con el que lucirse. El centro de todo es Robertina; un personaje odioso por diseño, encerrada en su burbuja autocomplaciente. Por más que sus problemas sean menores, siempre encuentra excusas para ser la víctima y el centro de todo.

Es difícil empatizar con su suerte, ni siquiera para desear que las cosas le salgan mal. Ese lugar lo ocupa su amigo interpretado por Diego Velázquez (Kryptonita), quien con mucho menos histrionismo logra conectar y transmitir la emoción que necesita. Las escenas más interesantes de La Reina del Miedo son justamente donde el protagonismo es compartido y se hacen contrapeso, poniéndole algo de humanidad a la frialdad y humor incómodo que rodea a la protagonista el resto del tiempo.

La puesta en escena es todo lo prolija que se le puede exigir a una película con esos nombres figurando en la producción, incluso atreviéndose a salir un poco de lo tradicional al hablar desde la imagen.

Todo lo claustrofóbicas que pueden sentirse las escenas en Buenos Aires se relajan en Dinamarca, a juego con Robertina. Eso no impide que caigan en una de las costumbres más irritantes del cine de industria local: exactamente lo primero que vemos es una escena dedicada al product placement más burdo, nombrando al hilo cinco veces a la marca del patrocinador, antes de hacer aparecer a varios empleados enfundados en su uniforme. Y por si no quedó claro, llegando al final lo volvemos a nombrar un par de veces aunque no la escena mucho no lo justifique.

Conclusión

De trama inconsistente, ritmo cansino, y teniendo siempre en cámara a un personaje bastante odioso con el que es difícil empatizar, La Reina del Miedo no parece quedar a la altura de sus propias pretensiones. Más allá de algunos destellos, cuesta mantenerle la atención.