La reina del miedo

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

La Reina del Miedo: Y su hermosa locura.
“Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, estoy fuera de control y a veces soy difícil de manejar. Pero si no puedes soportarme en mis peores momentos, puedes estar condenadamente seguro de que no me mereces en los mejores”.
Marilyn Monroe
El proyecto fue creciendo de a poco, de las primeras escenas en que se descubrió pensando, como contaba en las entrevistas, al lento proceso de darle forma a un guion. Un trabajo que dirige, escribe y protagoniza, una historia simple donde el conflicto es la protagonista y sus dudas, requiebres y búsquedas. Un entretejido de cotidianidades que dibujan al personaje y su entorno, una mujer que crea no solo sobre las tablas, también en su día a día.
Pueden escribirse interminables líneas sobre la historia y el personaje que Valeria Bertuccelli interpreta, las singularidades de esta mujer que hace un drama, casi en exceso, de su vida, pero no en su profesión, que es nada menos que la actuación. La escena inicial del film así lo atestigua; con un corte de luz desata una marea de actividad casi paranoica a su alrededor. En medio de la noche, la vemos ir y venir con su empleada doméstica, el perro y los vigiladores de la empresa de seguridad buscando las causas del apagón, metáfora si se quiere de sus propios interrogantes, de también, un inminente estreno; ese instante catártico antes de que el telón se levante y porqué no de la visión partida (ella, el perro y los otros) que todos tendrán de ella, que mostrarán que es. A partir de aquí, sabremos que está sola, que su esposo no está, ni ella ni nosotros sabemos si volverá. Entenderemos que es una afamada actriz a punto de estrenar en el teatro y que un amigo en Dinamarca enferma de gravedad, todo esto en la vorágine algo amanerada en la que se sumerge a partir del día siguiente.
Un detalle que particularmente llamará la atención; su nombre, Robertina, no él en sí que ya es hermoso, sino como lo mutilan de acuerdo a la parte que de ella perciben. “Tina” es para la marquesina, para el público que ama una actriz que sabrá darles sobre el escenario un cuerpo y voz con potencia. Y “Robert” para los íntimos, que está para su amigo, a pesar de tanta presión en su inminente estreno, para la madre de éste que duda y gesticula, para un esposo que solo viene para confirmar que finalmente no volverá, para ese productor que escucha sin oírle. Es como si vieran a la mujer en los trozos que más les place, y en la que ninguno parece notar la imagen toda. Una que nos da a los espectadores, y que irremediablemente congeniaremos, mérito de Bertuccelli que borda una criatura que simula, y lo hace muy bien.
Porque Robertina lo hace, simula. Podremos creer que hay dudas, porque el hecho creativo mismo surge y conmueve a través de ella, es una mujer que en el caos crea rituales y modos, y aunque nos desvivamos diciendo que es una neurótica, con esos cambios de humor y energía, Robert, Tina, se expande absorbiendo todo, macerándolo en su interior y haciendo de ellos combustible de lo siguiente. Tan rica en matices es, que hará reír con la tristeza de sus desventuras y golpear cuando menos se lo espere. Porque cada personaje no parece otra cosa que una prolongación de ella, una faceta, una arista.
Un film completo y que si no fuera por ese final algo extraño, tanto como lo es Robertina, quedaría bien lejos del artificio. Esmerado en su producción destaca la fotografía de Matías Mesa y la labor de su co-director en ciertos pasajes realmente poéticos en la imagen. Elegante, de puesta calma pero no lerda, la carta de presentación, como guionista y directora de Valeria Bertuccelli es una más que grata sorpresa.