La reina del miedo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El debut en la dirección de Valeria Bertuccelli (en colaboración con Fabiana Tiscornia), "La reina del miedo", peca de una falta de definición y un absoluto protagonismo que deglute todo a su paso. El juego se abre con unas voces alertas en medio de un apagón en una casa alejada. Afuera el viento anuncia tempestades, y en la casa sólo se encuentran la dueña y su empleada.
La cámara acompaña temblorosa a la primera, extremádamente verborrágica, que teme a un nivel casi fóbico y se lo traslada a su empleada. Hay que llamar a la empresa de seguridad para controlar que no sea un corte de luz particular con otros propósitos. Esta primera escena aclara el panorama de lo que seguirán en los minutos restantes.
"La reina del miedo" nos abre las puertas al mundo de Robertina (Valeria Bertuccelli), una actriz a punto de atravesar un torbellino, o por lo menos eso es lo que expresa su también guionista Valeria Bertuccelli. A punto de estrenar una obra de teatro en el Regio (se apela mucho a la veracidad del mundo actoral), Robertina está con los ensayos y el estreno que le pisa los talones.
La obra, con un título tan genérico como Los años de oro, es un unipersonal que exige mucho de su entrega, y Robertina no pareciera estar en el mejor de los momento para eso. Cláramente se dividen los planos personales y profesionales de Robertina, como si fuesen esferas que no se tocan. Por un lado corren las obligaciones profesionales, por el otro su vida en pleno caos.
No se trata de una mujer fácil. Sus compañeros de trabajo la reconocen como caprichosa, con algunos aires de diva moderna, con ocurrencias artísticas algo estrafalaria, y un método de trabajo personal, por no decir egoísta. En lo personal, su pareja, con la que contrajo matrimonio recientemente, no sabe si la abandonó o se fue de viaje sin avisarle. Tal es el grado de incertidumbre que maneja. Su casa se encuentra en refacciones, y eso también influye en su vida.
Hay dos empleadas domésticas que se pelean y ella debe arbitrar. Para cantar bingo, un amigo con el que se encuentra distanciada, contrajo cáncer, y está en un grado muy avanzado de la enfermedad. Ah, y claro, está su obsesión con la oscuridad, las calles solitarias y la seguridad. El mundo del espectáculo siempre despierta curiosidad en el público. Revistas y programas de radio y TV se encargan de repasar la llamada prensa del corazón sobre la intimidad de sus vidas. Como si hubiese una necesidad de parte de “la gente” de querer saber más de los artistas a los que sigue, saber cómo son en la intimidad.
El consumo de ese tipo de prensa, más el seguimiento de la obra del artista, hace que sea casi inevitable que nos hagamos una idea, falsa o real, de cómo es esa persona cuando las cámaras se apagan, o el telón se cierra. "La reina del miedo" responde de algún modo a esa “necesidad” e idea. No es difícil imaginar que Valeria Bertuccelli tiene muchos puntos en común con Robertina. Que se trata de una película personalísima en la que dirige, escribe, protagoniza, y produce.
El tema es que Robertina no es un personaje con el que sea sencillo empatizar más allá de que el guion se esfuerce en que lo hagamos.Varias características del personajes, como su verborragia, no queda claro si se deben a composición o naturalismo. Su vida caótica es responsabilidad de sus acciones, de su falta de decisión y compromiso, de la falta de sensibilidad sobre lo que le sucede al otro.
Cargada de alegorías muy obvias, de un lenguaje propio del ambiente con guiños que nos hace acordar a la manía de "El crítico" de mirarse el ombligo, con una fluidez narrativa episódica que quiebra la cohesión del todo. En La reina del miedo están claras las intenciones, no tanto los resultados. A Robertina, sus allegados del mundo personal le dicen Rober, pero su seudónimo como actriz es Tina. Está empeñada en traer un cerezo que quiere podar de su jardín al escenario de su obra, y es un cerezo grande, incómodo, que lo ocupa todo, y hasta hay una larga escena en la que hace el intento. Robertina camina en su casa sobre un caos de ropa y objetos ocultos.
La empleada doméstica paraguaya, es sumisa, y crea un conflicto inexistente. El metalenguaje en el film es demasiado evidente y pierde toda efectividad, cuando no roza lo ofensivo. Cuando Robertina reciba el llamado de Lisandro (Diego Velazquez, lo mejor de la película, lejos), ella no dudará e irá a visitarlo. En esa Dinamarca, mostrada a travésdel montaje como si fuese la vuelta de la esquina, "La reina del miedo" encontrará sus mejores momentos, aquellos más calmos y más distanciados del intramundo Bertuccelli.
La actriz de "Un novio para mi mujer" no solo está en cada escena, protagoniza cada plano de la película; la cámara no la abandona ni un segundo, y ni siquiera osa en ponerla en segundo plano. Tanto protagonismo huele a exceso y termina por derribar cualquier otra mirada externa que se pueda hacer sobre la propuesta.
Con un tono cercano al indie norteamericano bastante alejado de nuestras tierras (quizás similar a algunas propuestas pensadas con el ojo puesto en el BAFICI), La reina del miedo crea una distancia que no es sencillo zanjar. Su duración, que no es extensa en sí, se siente. Queda como anécdota una de las inserciones publicitarias más obscenas y declamatorias que se recuerden en el cine reciente, y que casi nos da la bienvenida a partir la primera escena.
Las múltiples participaciones especiales de una sola escena, entre las que se cuentan a Mercedes Scápola (con un cuadro que parece haber sido creado con el solo propósito de incluirla), Marta Lubos, Darío Grandinetti, Marío Alarcón, y Gabriel Goyti, hablan también de esa necesidad de mirar puertas adentro, en todo sentido.
"La reina del miedo" parte de ideas interesantes, pero se queda en un desarrollo no demasiado feliz. Su tono medio entre lo comercial y el cine más de autor, su intento de humor negro incómodo mayoritariamente fallido, algunas ideas que en el contexto actual pueden ser consideradas xenófobas, las alegorías obvias, y sobre todo el excesivo e innecesario protagonismo ególatra, terminan malográndola.