La región salvaje

Crítica de Soledad Bianchi - A Sala Llena

La región salvaje podría conformar solo un drama realista donde la violencia, la homofobia, el machismo, la opresión institucional, la insatisfacción sexual y el amarillismo de la prensa sean las premisas para evidenciar. Pero un ingrediente extra entra a jugar en la historia: una criatura alienígena venida en un meteorito, con el poder de dar placer sexual único a quien se atreva a sus tentáculos. Quien lea lo anterior puede creer que esta película por su extravagancia es grotesca o absurda. Sin embargo, resulta todo lo contrario. Dentro del realismo que plantea, el agregado de ciencia ficción impulsa la propuesta, como una gran metáfora de lo que puede llegar a hacer una persona, a lo que se puede someter, en pos de su placer individual, además de poner en dimensión las temáticas antes mencionadas y mostrar que el empoderamiento de la mujer también es sexual.

La película comienza con un meteorito cruzando lentamente el espacio exterior. El corte nos lleva a una mujer desnuda, dentro de una cabaña, masturbándose con un prominente tentáculo. Es decir, en los tres primeros minutos ya están presentados los pormenores fantásticos del film. Inmediatamente nos enteramos de que el bicho, que se vuelve adictivo para quien lo frecuenta, en determinado momento se aburre, y las personas cautivadas por el placer supremo que brinda se vuelven sus víctimas. El relato entonces sigue en la presentación de otros personajes, como si el meteorito, los tentáculos y la cabaña no existieran. No hace hincapié en mostrar al monstruo y sus gestas sexuales, sino en contar la historia que transitan los personajes que hacen a la obra. Sin embargo, la cámara con sus lentos travellings hacia adelante o hacia atrás, la música incidental de intriga, la fotografía de tonos fríos y rojos sangre, o incluso raíces, ramas, que figuran ser los tentáculos, acompañan con una dosis formal de terror durante todo el metraje. Es que esa presencia maligna que está latente en el pueblito de montaña implica la amenaza constante que verificamos que allí existe, pero más allá de la bestia, que por su condición alienígena de ciencia ficción lo más probable es que no sea fiable. El hombre está demostrado que puede acechar y ser aún peor.

Después de leer el monumental libro de Roberto Bolaño 2666, a uno le queda bastante claro que el feminicidio en México no es solo una causa atroz de muertes, sino que además nunca se encuentra (o se busca) al verdadero culpable. La dimensión de esto es tan grande, tan virulenta, tan desproporcionada, que en La región salvaje nos tranquiliza que el responsable de los crímenes sexuales pueda ser un alien y no un humano, como sucede en la realidad.

Por ello podemos considerar que el antagonista de la película no es la criatura venida del espacio exterior sino Ángel (la paradoja de su nombre no parece casual), que se muestra como un macho cabrío, que se agarra a trompadas siempre que puede, que ejerce violencia con su mujer. Un ser frustrado, reprimido, con doble moral, a quien creemos capaz de cualquier cosa. Él representa, acaso, a la sociedad mexicana bajo los valores del patriarcado, pero en realidad la otra gran antagonista encubierta del film es su madre: un ser despreciable, retrógrado, que se cree superior, influenciada por una religión católica que se siente en su discurso y el de sus nietos inculcados por ella. Su hijo, de hecho, termina siendo víctima de sus preconceptos, nunca se rebela sino que se sigue apañando en las nociones impuestas mientras hace su voluntad ocultando, mintiendo y ejerciendo violencia.

En los trabajos previos de Amat Escalante ya habíamos visto la radiografía de un México profundo, con impactantes imágenes sobre la realidad social de este país. Ahora el director ganador de la Palma de Oro por Heli revierte la crudeza agregando el elemento de ciencia ficción para afirmar su cometido, dejando una sensación aún más provocadora. Cabe destacar las escenas de soft-porn sobrenaturales, arraigadas en los efectos visuales y en la excelsa fotografía de Manuel Alberto Claro (colaborador de Lars Von Trier); esta otorga la atmósfera adecuada ante el riesgo de ridiculez en ciertos momentos. Algo es seguro: La región salvaje, por la que obtuvo el León de Plata en Venecia, no pasa inadvertida y pone en la mira a Escalante como uno de los mejores directores de la actualidad mexicana.