La región salvaje

Crítica de Francisco Nieto - CineFreaks

La inquietante sexualidad de la bestia.

El cine de autor tiene la particularidad de que presenta un mundo propio y original del realizador lo que, evidentemente, suele generar entre los críticos, y también entre los espectadores, amores incondicionales, a veces odios y otras, indiferencias. Este es mi caso con Amat Escalante, autor de “La región salvaje” donde si bien he “pillado” el ambiente que recuerda el folletón televisivo de David Lynch, y sus relación con los otros dos ancestros mencionados en el fragmento que precede a estas líneas, no me ha “llegado”, en absoluto, el erotismo de esa especie de pulpo alienígena que se esconde en la cabaña del bosque y que, con sus repugnantes tentáculos que se introducen por todos los orificios del cuerpo, proporciona a las mujeres orgasmos inéditos y las libera de sus ordinarias relaciones con los hombres de su entorno.
Por eso, y porque mi visión del mundo de Escalante se encuentra muy alejada de la de otros comentaristas, que cuentan con todo mi respeto, es por lo que introduzco esta reseña con esa loa a una película que, es posible, yo no he entendido en toda su complejidad.

No, el cine de Amat Escalante (“Sangre”, “Los bastardos”, “Heli”), mexicano de Barcelona que todavía no ha cumplido los cuarenta, tiene muy poco que ver con mi mundo y mis modestas aspiraciones de espectador consciente de cine. En 2013, cuando participó por tercera vez en el Festival de Cannes, sección Un certain regard, y consiguió el Premio de la Fipresci, se escribió de él, también por tercera vez, que era una joven promesa del cine mexicano.
Una película más tarde, en “La región salvaje” (León de Plata al Mejor Director en el Festival de Venecia), ya se le considera más que una promesa, una realidad que opta por una mezcla de realismo crudo –machismo extremado, homosexualidad y homofobia, maltrato de género- y fantasía género ciencia-ficción que, confieso, está muy lejos de figurar entre mis preferidos.

La película se desarrolla en la pequeña comunidad de un pueblo mexicano, donde varios personajes esconden sus frustraciones. Allí, la enfermera Alejandra (Ruth Ramos) y Angel (Jesús Meza), el marido gay que mantiene relaciones con su hermano, tienen dos hijos pequeños. La llegada al hospital de otra mujer, Verónica (Simone Bucio), con una mordedura en el muslo y que conoce el secreto que se esconde en el bosque, va a cambiar las vidas de todos. La consecución del placer supremo puede llegar a ser peligroso, como una droga, y hasta mortal. Nada nuevo, la vieja relación entre sexo y muerte, eros y tanathos al descubierto.
La región salvaje es, evidentemente, esa cabaña que habita una pareja de viejos granjeros hippies, supervivientes sin duda de alguna comuna desvencijada al paso de las décadas, únicos conocedores en el entorno de la existencia de la extraña criatura que reparte placer entre las mujeres de esta historia, ambas féminas dolientes, maltratadas por la vida, los hombres y otras mujeres más poderosas.

Un drama sobre la brutalidad, mayoritariamente la de los hombres, y el aprendizaje de la liberación –de las mujeres- por la vía de la irrupción de lo fantástico y misterioso en su vida. Un aprendizaje que otros comentaristas, más familiarizados que yo con este tipo de cine, definen como “poético” y equiparan a ensoñación. También una especie de psicodrama familiar y, en cierta manera, un thriller cargado de sexo.

Escalante quiere hacer así la crítica social de un país, el suyo, México, “carcomido por el puritanismo católico, la homofobia, la misoginia y el virilismo del patriarcado”, un país que “rechaza la sexualidad”, poblándolo de visiones fantasmagóricas y libidinosas “que se alimentan de nuestros propios fantasmas”.

Una recomendable película fantástica que remite al arte de Carlos Reygadas, los ambientes de David Lynch y los tortuosos temas de David Cronenberg para una erotización primitiva en forma de Imperio de los Sentidos contemporáneo.