La reconstrucción

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

Una sombra ya pronto serás

“La reconstrucción” es el primer drama que dirige Juan Taratuto, sobre un hombre sin nada que perder que emprende un viaje a Ushuaia, donde volverá a encontrar sentido a su vida. Nuestro comentario.

La primera secuencia de La reconstrucción cumple con dos objetivos: establece el tono de aspereza dramática que tendrá la película y plantea el interrogante del personaje principal. Un hombre conduce sobre una ruta del sur. Sobre la banquina, una chica grita auxilio desesperada, al lado de un auto volcado. Él mira de reojo, acelera y sigue de largo. ¿Qué le pasó a este personaje para ser inmune al dolor ajeno, a la más eminente humanidad?
Ese es el norte del relato de Juan Taratuto, que se aleja de las comedias (Quién dice que es fácil, Un novio para mi mujer) para contar una historia de dolor y redención. El conductor en cuestión es Eduardo (Diego Peretti), un hombre huraño, solitario y seco, que trabaja en una plata petrolera del sur. No tiene a nadie y no se preocupa por nadie. Hasta que un día, un viejo amigo (Alfredo Casero) lo llama para pedirle un favor, y Eduardo se ve casi obligado a viajar más al sur (a Ushuaia) para estar con su amigo y su familia, integrada por su mujer (la convincente Claudia Fontán) y dos hijas.
Taratuto cambia de página, de género y de tono, y para eso se va no sólo al punto más extremo de la geografía argentina, sino también al punto más áspero del drama. La reconstrucción es un filme duro, de diálogos lacónicos. Y enlaza directamente con esa tradición tan del cine y la literatura argentina, del viaje introspectivo y solitario al sur patagónico, en el que el paisaje, el viento y el horizonte dicen más que los personajes.Por eso, justamente, es difícil evitar comparaciones, sobre todo tras toda una filmografía de Carlos Sorín, un experto en encontrar la expresividad de esos páramos en la fotografía de sus películas.
La reconstrucción en ese aspecto, quizá peca de minimalista en exceso. Y mientras los personajes callan y la cámara apenas capta sus miradas, el retrato del lugar es acotado, funciona apenas como clima de fondo. Sin embargo, el cambio de dirección de Taratuto abre un nuevo camino, que evita con dignidad el melodrama y el golpe bajo y se anima a contar una historia incómoda.