Chef: La receta de la felicidad

Crítica de Lilian Laura Ivachow - Cinemarama

Luego de películas resonantes como Iron Man y otras más desopilantes como Elf o Cowboy and Aliens, Chef: La receta de la felicidad aparece como una apuesta más pequeña y personal de Jon Favreau. Este cariz de independencia no la aleja sin embargo de las anteriores. Favreau ha recorrido un largo camino en la actuación, producción y dirección en proyectos de envergadura. Sabe cómo desenvolverse en el medio y no en vano incluye a actores con trayectoria como Duftin Hoffman, una vigente Scarlett Johansson y su más que consagrado “fetiche” Robert Downey Juniors (por cierto, excéntrico y genial en Chef).

Pero la película no reposa en sus figuras reconocidas: es el propio Favreau que le pone el cuerpo y la lleva adelante con su obsesividad y carisma, es su desbordante protagonismo el que imprime ritmo y personalidad a cada plano. De esta manera, la película arranca mostrándolo en la piel sudorosa del chef Carl Casper, con detalles de cuchillos, sartenes y tablas, con la más vistosa variedad de vegetales en una cocina que, lejos del glamour que redunda en la presentación final de cada plato, resulta siempre caótica y agobiante.

Chef se divide en dos partes muy diferenciadas: una primera que sigue el derrotero de planteos y lugares comunes y una segunda que la supera ampliamente. Si fuera por las cantinela inicial que desencadena la historia, si fuera por el combo “padre adicto al trabajo sin tiempo para el hijo” más “despido rimbombante” , si no desaparecieran por completo de Duftin Hofman y Scarlet Johansson como felizmente desaparecen, Chef sería una comedia más. Pero es la frescura y la imprevisión de su segunda parte la que la engrandece, sobre todo cuando Casper, empujado por las circunstancias y por su impericia con las redes sociales (vale destacar el simpático uso de twitter en el film), debe cambiar el rumbo de su vida y empieza a vender “sandwiches cubanos” desde un camión.

Chef toma la forma de una descontracturada road movie en la que cada estado aporta su alimento y cada estilo musical característico define a su región. Pocas veces la barbacoa de Austin y los buñuelos de New Orleans supieron tan bien. Pocas veces los ritmos latinos sonaron tanto en una película americana y no como mera nota pintoresca sino como parte de la realidad afectiva y cotidiana de Casper, cuya ex esposa es hija de un cantante de salsa de Miami (cabe aclarar que se trata del cantante y compositor José C Hernández, conocido como Perico dentro de la comunidad latina).

Más allá de las cuentas pendientes del padre con el hijo que se tornan obvias y reiteradas, la película resulta deliciosa sobre todo cuando pone en primer plano una comida sabrosa que dan ganas de probar, cuando nos enseña a hacerla y compartirla y no se centra únicamente en la cómoda tarea de ingerir sino en la laboriosidad de la preparación y en la responsabilidad de conseguir productos de calidad y frescos.

Chef se transforma entonces en una película de viaje que garantiza momentos placenteros, una verdadera feel good movie, basada en pilares sencillos e irreprochables como la comida, la música y la amistad. No cabe duda de que una vez que emprende el recorrido, Favreau cumple con los tres.