La profecía del 11-11-11

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

¿Por qué? Solo quiero saber eso. ¿Por qué?

Ya ni desde el título se deja lugar a la sutileza. A veces hasta prefiero que me engañen, le soy sincero. Aquí parecía que sucedía. Fundido negro. El grito en off de un niño llamando a la madre. Imagen de ella despertando. Escucha al niño y cuando abre la puerta lo ve en el pasillo rodeado del fuego que incendia la casa. Ambos morirán quemados ante la atenta mirada de una especie de gárgola demoníaca que lo contempla todo. Corte.

En realidad, Joseph (Timothy Gibbs) estaba soñando (una vez más) todo esto. Son las 11 y 11 según su reloj. Me da la sensación de que este numerito es importante. Un cartel dice que es el 7 de Noviembre de 2011, con lo cual ya no tenemos dudas de cuando será el momento del climax de acuerdo a lo que reza el póster. Joseph se nos va revelando como un viudo, escritor de novelas que él mismo detesta pero los fans aman. Hace mucha plata y su editor está contento. Pero esta pérdida importante le ha hecho perder la fe en Dios y en casi todo, mientras asiste a un grupo de contención en donde conoce a Sadie (Wendy Gelnn), otra víctima de viudez por accidente, quién trata de conectarse con el escritor. Mucha suerte no le trae porque a cuatro minutos de encontrarse el hombre se pega un tremendo palo con el auto. Igual no le pasó nada, aunque recibe un llamado de su hermano Samuel (Michael Landes) avisándole de la agonía de su padre (Denis Rafter), lo que lo mueve trasladarse a Barcelona. No parece muy convencido del motivo del viaje, y nosotros tampoco, pero ya que viaja igual seguimos mirando. El hermano anda metido a sacerdote en una capilla instalada en la enorme casa donde vive con su papá. A partir de este momento la información dada al espectador no solamente no deja un solo segundo librado a la imaginación, sino que irá transformando el verosímil bien instalado al principio en una concatenación de hechos contradictorios a la idiosincrasia de cada personaje.

El director insiste con dividir su película por días con la sana intención de acrecentar la tensión, pero esta no llega nunca a levantar porque gracias al guionista el espectador irá intuyendo todo lo que pasa y preguntándose cómo es posible que Joseph no se de cuenta. A esto hay que agregarle el espantoso y anacrónico recurso de hacer “razonar” al personaje con un racconto de imágenes y diálogos mostrados en la película. Una forma horrible de maltratar al personaje el un guión, sólo para dejar en claro que “le cayó la ficha”. También es una manera encubierta de subestimar la inteligencia del espectador.

De todos modos no son los únicos desaciertos. La fotografía tiene un filtro gris todo el tiempo, como si la vida del protagonista no fuera ya lo suficientemente oscura. Esto lo sufre Barcelona, todo el resto de los exteriores y los otros personajes. Imagíneselo decorado con una banda de sonido que sólo aporta los “chanes” de los sobresaltos.

En definitiva, los 15 prometedores minutos iniciales se van diluyendo en una historia que desvaría en ritmo narrativo y logra que cuatro días parezcan siglos.

Lo hemos dicho durante el año. No tiene caso volver con la misma reflexión. La 17ª película de terror del año es floja y no aporta nada para salvar este género en lo que queda de 2011.