La princesa y el sapo

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Desde que John Lasseter se hizo cargo del departamento de animación tradicional de Disney, la alicaída compañía creada por el rey Walt, empezó a levantar cabeza.

Primero, fue una entretenida, aunque menor película de animación computada llamada Bolt, acerca de las desventuras de un perro actor. Si bien no carece de simpatía Bolt es completamente olvidable. Especialmente si la comparamos con el nuevo producto de la compañía, La Princesa y el Sapo.

Para llevar a cabo la adaptación del clásico cuento infantil de E.D. Baker, Lasseter llamó a dos viejos conocidos de la compañía: Ron Clements y John Musker, directores de Basil, el ratón detective; La Sirenita; Aladdin; Hércules y El Planeta del Tesoro.

Excelente elección. Llevada a cabo con trazos y dibujos animados tradicionales, prácticamente con poco uso de un ordenador, la dupla Clements / Musker devuelven la magia y el humor de las películas más clásicas de los estudios del ratón Mickey.

Sin embargo son la solidez del guión, las excelentes canciones de Randy Newman, el mensaje contemporáneo y los homenajes a otros clásicos lo que hacen de La Princesa y el Sapo, casi un milagro cinematográfico y una fuente de inspiración entre tanta animación creada con un Mouse.

Situada en la década del ’30 aproximadamente en Nueva Orleans, toma la historia de Tania, una joven camarera que debe desempañarse en tres empleos para vivir, mientras que su mejor amiga Charlotte, una rubia tonta, vive como princesa en la mansión de su padre, el magnate local.

Tania ahorra para tener su propio restaurante, pero los prejuicios de la sociedad, no le ayudan a conseguir su sueño. Un día llega, el príncipe Naveen de Macedonia, quien necesita casarse con una princesa, para volver al hogar con sus padres, que lo echaron por ser un perezoso. Naveen queda encantado con el jazz y la música sureña. Y pronto es atraído por un mago vudú, que lo convierte en sapo. Solo el beso de una verdadera princesa puede devolverle la forma humana. Debido a una serie de circunstancias, confunde a Tania con una princesa, quien al besarlo, se convierte en sapo (o rana) ella también. Ambos deben escapar del mago que los persigue por los pantanos y bosques del estado. Pero recibirán la ayuda de una luciérnaga y un cocodrilo para surtir los obstáculos que irán sucediéndose.

Al igual que la mayoría de cuentos de Disney se encuentra la idea del hechizo, que debe romperse encontrando el amor verdadero, así como no falta el discurso antimaterialista, solo que esta vez llevado a un contexto socio económico que hace bastante verosímil al relato: el mensaje es muy simple, sin esfuerzo no se consiguen resultados, el que no trabaja no progresa en la vida. Se podría leer como una crítica a los yuppies apostadores de Wall Street. El villano tiene que conseguir la herencia del millonario de la ciudad para pagar deudas.

Al igual que el cuento de Cenicienta una chica trabajadora se convierte en princesa, solo que esta vez no acepta el puesto, y en cambio su meta es trabajar para vivir. ¿Mensaje socialista en una película de Disney? Porque no.

Es probable que algunas de las complicaciones que los protagonistas tienen que afrontar durante su trayecto por los pantanos sureños, sean un poco repetitivas y haya demasiados villanos secundarios que se van acumulando, y de la nada desaparecen. Aun así es una película muy entretenida y no se desea que termine la aventura

Visualmente se pueden reconocer rasgos físicos semejantes a los personajes de otras películas de Disney como La Noche de las Narices Frias (101 Dalmatas) o Los Aristogatos. Y no se privan los realizadores de ponerlo a Nerón de La Sirenita en medio de un desfile.

Pero también son concientes de una nueva corriente de animación proveniente de uno de los más oscuros e imaginativos narradores cinematográficos contemporáneos: Tim Burton.

Hay escenas relacionadas con la muerte y el vudú en donde se nota que los realizadores tomaron elementos de El Extraño Mundo de Jack y, especialmente, El Cadáver de la Novia.

Lasseter pone su firma valorando las enseñanzas de la infancia y no perder el niño interior. También cede a Randy Newman, habitual compositor de los temas de Pixar, para componer las inteligentes y mágicas canciones que remiten a las de La Bella y la Bestia o Aladdin. Además le hace homenaje a la música: el jazz, el soul de Nueva Orleans no están ausentes de la banda sonora.

Para las voces, decidieron mantener un perfil bajo y reservar roles secundarios a actores de renombre como John Goodman, Oprah Winfrey o Terrence Howard, mientras que el villano recae en Keith David, actor generalmente secundario, que sorprende a la hora de cantar.

Magia y hechizos a la orden del día. La animación tradicional a punta de lápiz ha vuelto para quedarse, y los espectadores, que nos criamos viendo todo lo que el gran Walt creó para los más chicos hace 40 años atrás, agradecemos de que la ilusión sigue viva, y por una hora y media, volvemos a tener 9 años otra vez.