La princesa y el sapo

Crítica de Pablo Martinez - Qué se puede hacer...

Disney clásico y al ritmo del jazz

Entre tanta parafernalia tecnológica de tridimensión e interacción, llega esta nueva entrega de Disney en formato clásico, similar a sus obras inolvidables del mismo estilo, como La Sirenita o Aladín.
La princesa y el sapo es una historia mágica y encantadora sobre la eterna lucha por los sueños y las cosas que uno ama, superando los obstáculos sin importar lo complejos que sean. Y qué más complejo que convertirse en rana y emprender viaje con un príncipe, convertido en sapo por un mago practicante del vudú y las artes oscuras, para intentar revertir las cosas y así seguir luchando por lograr sus respectivos cometidos, tanto de la rana (Tiana, una camarera con aspiraciones a propietaria de un restaurant) como del sapo (Príncipe Naveen, un tiro al aire hijo de reyes que le cortaron el domingo para que se busque una vida más digna de su posición).

Al ritmo del jazz compuesto por el genio de Randy Newman (quien le dio vida a Toy Story con sus partituras jazzeras y bluseras), y enmarcada en una New Orleans de principios de los '20, esta historia logra significar un estilo de narración muy propio de la factoría del ratón Mickey, retomando la vieja usanza de lo mágico y lo musical a flor de piel. De hecho, cual Rey León o La Bella y la Bestia, esta peli ideal para los niños pero tambien imperdible para los más grandecitos que crecieron viendo todo lo que logró Walt Disney lleva un ritmo muy llevadero gracias a los musicales y las aventuras de los protagonistas, quienes además se cruzan con un cocodrilo que sueña con ser trompetista y un bichito de luz que está enamorado de... no, mejor véanla y ahi se enterarán. Sólo les digo que esa historia de amor es de lo más tierno que he visto en años.

Obviando todo tipo de mensajes subyacentes tan puestos en duda por muchos a lo largo de los años cuando se trata de poner en la balanza las enseñanzas de Disney (tales como la discriminación, el racismo o la lucha de clases, esto último más tirado a una ideología política), este filme con un metraje medianamente justo y una animación de lo más entrañable logra como cúspide un reconocimiento e identificación únicos con cada uno de los personajes, que cuentan con un sueño particular a defender, logrando enmarcar así la idea principal de la trama: hacer entender tanto a chicos como grandes que nunca es tarde para soñar y que lo más importante en esta vida es trabajar duro para conseguir lo que uno más anhele.

Disney se hace con un nuevo aspirante a clásico, del calibre de las mencionadas La Sirenita o incluso Blancanieves y los siete enanitos. Y si no está a su altura, según el criterio de ustedes, no tiene nada que envidiarle con una historia encantadora, a la que por supuesto no le falta el golpe bajo a lo Bambi, condimentada con una de las mejores bandas sonoras del año. Era la que faltaba para completar una colección de obras memorables. A bailar y soñar se ha dicho.