La princesa y el sapo

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Haciendo punta en una primorosa vuelta a las fuentes que está encarando la plana mayor de los Estudios Disney, La princesa y el sapo recuerda aquella época dorada de la animación que volvió inmortal a su creador, Don Walt. Este film realizado en animación tradicional es el primer paso de una serie en la que el cartón pintado vuelve a ser la estrella reemplazando a la digitalización y el motion capture, con Winnie The Pooh como proyecto inminente. En este caso John Musker y Ron Clements, dos experimentados hombres de la productora que tenían en su haber La sirenita y Aladino, plasmaron esta creativa versión de un clásico de los cuentos infantiles con princesa incluída que había quedado pendiente. Y con el condimento musical que caracterizó a films del estudio como Hércules y otros. El nuevo giro del relato original se ambienta en New Orleans en los años veinte y presenta a una chica afroamericana llena de ilusiones que se topará con un sapo en apariencia recién salido de los típicos pantanos de la zona pero que esconde a un príncipe hechizado. Y el proverbial beso que él se procurará para volver a ser humano dará pie a otro resultado y a una aventura colorida dotada de personajes muy divertidos. De todas maneras, y pese al aggiornamiento de situaciones y dibujos, efectos y criaturas, o quizás por esto mismo –por momentos hay un exceso de chistes de dudoso gusto-, La princesa y el sapo no alcanza la estatura de los grandes clásicos de Disney. Pero es un muy buen exponente remozado de una animación tradicional que estaba haciendo falta.