La princesa de Montpensier

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Entre el deber y los sentimientos

“La Princesa de Montpensier” está basada en una novela homónima de Madame de La Fayette, escrita y ambientada en la Francia del siglo XVI.

La historia se concentra en una etapa de la vida de una joven, Marie, hija de un acaudalado marqués, quien está enamorada de uno de sus primos, el duque Henry de Guise, y medio comprometida con el hermano de Henry, pero a quien su padre obliga a casarse con Philippe, el Príncipe de Montpensier. Son todos jóvenes que no superan los 20 años de edad, que gastan su tiempo entre juegos cortesanos, estudios de idiomas, coqueteos y peleas entre espadachines. Pero en esos momentos, Francia está desgarrada por una guerra que parece interminable entre hugonotes y católicos.

El guión apenas esboza las ventajas y desventajas que reparten los matrimonios por conveniencia y las alegrías y pesares que esto puede provocar en jóvenes corazones apasionados.

Marie es una muchacha muy bella y pese a sentirse atraída por Henry, se somete a la voluntad paterna y se casa con el Príncipe, quien apenas transcurridos unos pocos días de la boda, debe dejarla sola en un castillo en medio de la campiña, porque los deberes de la guerra lo obligan a correr al campo de batalla, por orden del rey.

Antes de partir, encomienda su esposa al cuidado de su fiel súbdito, el conde de Chabannes, a quien considera un maestro y amigo, por ser quien le enseñó las artes de la guerra y otras virtudes.

El tiempo transcurre entre los plácidos y amables ambientes del castillo, donde Marie es instruida en lectura y escritura, y otras artes, por el abnegado Chabannes, y los rigores de las batallas en las que su marido combate con arrojo y coraje, junto a otros nobles.

Chabannes, pese a haber sido un noble muy distinguido y leal a la corona, y de haber combatido en esa guerra como el mejor, hastiado de tantas matanzas, decidió desertar y alejarse para siempre del uso de las armas, lo que lo obligó a vivir sometido a la voluntad de perdón del rey, por intercesión de su hijo, el príncipe, hoy casado con la bella Marie, de cuyos encantos Chabannes no ha podido o no ha sabido salir indemne.

Tantas horas juntos en una suerte de aislamiento del mundo, consiguen subyugar el sufrido y solitario corazón del veterano guerrero, cuya formación religiosa y cultural lo convierten en un mentor y consejero respetado y confiable. Sin renunciar a sus sentimientos ni a sus principios, estará siempre ahí para proteger tanto al príncipe como a la princesa, de las acechanzas a las que los someterán las convulsiones políticas y sociales del país.

Sin ahondar demasiado en sentimientos ni en los pensamientos más íntimos de los personajes, ni tampoco en las cuestiones históricas, la novela esboza una mirada costumbrista, poniendo un poco el énfasis de la cuestión en las difíciles circunstancias en las que se desarrollaba la vida cotidiana de las mujeres en esa época. Dejando en claro que a pesar de estar sometidas a convenciones sociales extremadamente rígidas, igual que los varones, nadie parecía dispuesto a renunciar a los sentimientos tan fácilmente, aun cuando los mismos lleven a asumir riesgos a veces desmedidos.

La película de Tavernier muestra una buena reconstrucción de época en cuanto a ambientes y caracterizaciones de los personajes, el relato se mantiene a buen ritmo con un prolijo trabajo de montaje, pero ni los sucesos ni los protagonistas llegan a conmover demasiado. La tensión dramática parece más literaria que vivencial. Y además, muchos le reprochan algunas deficiencias técnicas en la imagen y el sonido, que desvalorizan de manera aleatoria la calidad del filme.

No obstante, se puede ver y disfrutar, porque aun con sus defectos, “La Princesa de Montpensier” tiene un encanto propio que no es para despreciar.