La princesa de Francia

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Deconstruyendo a Shakespeare

Las coordenadas ficción y realidad se tensan en La Princesa de Francia -2014-, tercer intento de Matías Piñeiro de explorar -desde su particular forma de hacer cine- el universo de Shakespeare, pero más precisamente de los personajes femeninos en sus obras. El proyecto del director de El hombre robado -2007- se vincula con lo que él denominó “shakespereadas”, cuya plataforma expresiva, tanto en el teatro como en el cine, abre el espacio lúdico y la libre interpretación de los textos del dramaturgo isabelino para aggiornarlos a un coloquialismo y etapa presente, sin perder el horizonte en lo que a esencia de la obra original se refiere.

Ya en Rosalinda -2011-, cortometraje presentado en el BAFICI, como con Viola -2012-, la selección de parlamentos de obras, Como guste -1599- para la primera y Noche de reyes -1602- para la segunda genera cierta empatía para con el espectador a través de los diálogos, de la música interna de cada frase, con su cadencia y matices verbales, de la misma manera que en La Princesa de Francia -2015- al tomar el texto de Trabajos de amor en vano -1595 – 1596- y transpolar parte de esta historia a la ficción propiamente dicha.

El cine de Matías Piñeiro se recorre por capas; se degusta a partir de la rigurosa y pensada puesta en escena como espacio de libertad pero además lúdico, para que el realizador apele a los recursos propios del cine y cree en ese proceso de decosntrucción algo distinto. Es un cine de rupturas, de grietas, para el cual es necesaria la presencia de buenos actores que sepan interpretar perfectamente el texto en juego. Por eso, la habitual recurrencia a este grupo consolidado de actrices, integrado por Agustina Muñoz, Gabriela Saidón, Romina Paula, María Villar, Elisa Carricajo y Laura Paredes, a quien se suma la presencia masculina de Julián Larquier Tellarini y Pablo Sigal, quienes en esta ocasión cuentan con mayor presencia en sus roles, sobre todo el personaje de Víctor, a cargo de Larquier Tellarini.

Personaje pivot sobre el que gira cada encuentro con el sexo opuesto, receptáculo de miradas y besos a hurtadillas en este mareo permanente de las cinco mujeres involucradas. Su novia Paula, su amante Ana, el escarceo con Natalia en un pasado aventurero, y Carla y Jimena que pretenden seducirlo en esta oportunidad en que el protagonista regresa tras su estadía en México para retomar un proyecto teatral y convertirlo en radioteatro por entregas, con el objeto de comercializar la obra.

Nuevamente realidad y ficción se yuxtaponen porque la alusión a la obra teatral nos conecta a uno de los proyectos de Matías Piñeiro sobre tablas llamado Y cuando no me quieras será de nuevo el caos -estrenada en marzo 2011-, pieza teatral en la que el radioteatro y William Shakespeare se dan la mano, como ocurre en La Princesa de Francia -2014-.

La energía centrífuga y centrípeta también aportan al devenir del film no sólo el cambio de ritmo y eje, en sintonía con los puntos de vista sobre un mismo acontecimiento, sino que por momentos condicionan la mirada para sacarlo de la zona de anécdota como si se tratase de una apuesta a las bambalinas más que al escenario donde las cosas suceden.

Estar detrás de escena supone una mirada sobre el acto mucho más fisgona que formando parte de la acción misma, aspecto que en la cámara atenta al detalle realza el rol de director y marca la distancia necesaria para no contaminar a los personajes. Todos ellos con una voz propia y destinos marcados, reacios a cumplir quizás la tarea asignada por ese destino y dar rienda suelta a la búsqueda y a la rebeldía del amor con el otro, que no muchas veces se corresponde con el pacto tácito del romanticismo y la fidelidad. Todo lo contrario, es el deseo y las maneras y ardides de conquistar el objeto prohibido lo que en definitiva resume el coqueteo constante de los personajes en La Princesa de Francia -2014-, mientras el texto de Shakespeare se interpone entre la teoría y la praxis del misterio, de ese segundo fugaz donde la mirada cómplice recoge el guante de lo imposible, despierta la pasión que no necesita de ninguna palabra ni verso almilbarado para expresar un sentimiento.

Otro recurso nuevamente explotado aquí es la reiteración no sólo del texto sino desde la propia puesta en escena, espacio que rompe una cronología pero que también altera la percepción sobre la propia realidad de la película.

Cine, teatro y literatura en un mismo plano; fragmentación y reiteración para rubricar un lenguaje que abraza la enunciación como uno de sus principios rectores y no es temeroso a la hora de arriesgarlo todo en la construcción de la imagen, así como en lo que decide expresamente no mostrar en su juego de dialéctica permanente con la cinefilia más rabiosa.