La princesa de Francia

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Insoportable levedad

En los primeros segundos, una voz en off anuncia la interpretación de la Primera Sinfonía de Schumann; seguidamente, Lorena, amiga del protagonista y depositaria de los valores de fraternidad, sale al balcón y echa una mirada nocturna de 180º que, de ser fiel, acabaría con la actriz en una ambulancia. De iluminadas ventanas indiscretas a una cancha de Fútbol 5, el vuelo de águila acaba aterrizando en las bambalinas de una representación teatral. Allí, finalmente, Lorena encuentra al amigo, el protagonista de este nuevo minicapítulo en la filmografía de Matías Piñeiro, el más shakesperiano de los directores locales.
Víctor (Julián Larquier Tellarini) es un dramaturgo talentoso que teje las mejores conspiraciones en la vida real. Como en Rosalinda y Viola, Piñeiro intercala textos de Shakespeare, pero en este caso, además, instala la obra de William-Adolphe Bouguereau (en especial su Venus) como superficie asible del deseo, sobre la cual el director de fotografía Fernando Lockett se explaya con inusual desenfreno. Oblicuamente, todo Víctor remite a Macbeth. Es un desertor al que sus actrices desertan, tanto en su vida como en su obra, mientras Guillermo (Pablo Sigal), su mejor amigo, es un Banquo que lo traiciona a plena luz y sin medias tintas. Pero lo fundamental en el film, como en todo Piñeiro, es la virtualidad de la acción. Víctor imagina un hecho en tres desarrollos distintos, y hasta se atreve, con la venia del director, a tergiversar el final. Esta idea se persigue hasta cuando terminan de rodar los créditos. El cine de Matías Piñeiro instala un “nosotros” endogámico, que arranca en gimnásticos diálogos y finaliza en quebradizos romances. Es una proeza técnica para el más apático de los comentarios sociales.