La princesa de Francia

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Como en sus recientes películas, Matías Piñeiro retorna en LA PRINCESA DE FRANCIA al universo de William Shakespeare para contar la que tal vez sea la más ambiciosa de sus producciones, estructurada como un juego de ecos –más que una adaptación– respecto a TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS, la comedia de Shakespeare en la que el Rey de Navarra y un grupo de hombres que se habían prometido dedicarse al estudio y abandonar la persecución femenina se ven en problemas con la llegada de la tan mentada Princesa de Francia y sus damas. Ese punto de partida en realidad resuena tanto en la puesta radial que Víctor, Guillermo y las actrices Paula, Natalia, Jimena, Ana, Lorena y Carla deciden poner en escena como en las vidas privadas de todos ellos, que se cruzan y descruzan en Buenos Aires.

La trama puede ser “destrabada” como una serie de idas y vueltas románticas de casi todas ellas por el corazón de Víctor (Julián Larquier Tellarini), que se va de viaje a México por un año y al regresar intenta reunirlos a todos para concretar el proyecto de llevar esa obra en formato de radioteatro. Entre los celos profesionales se mezclan los personales. Paula (Agustina Muñoz) era la novia de Víctor previo a su viaje y ahora no está del todo segura de seguir siéndolo; Natalia (Romina Paula) es una ex novia suya y Ana (María Villar) hace las veces de amante. Pero Guillermo (Pablo Sigal), Lorena (Laura Paredes), Carla (Elisa Carricajo) y Jimena (Gabriela Saidón) también tienen lo suyo para aportar en esta serie de entuertos romántico/laborales.

princesa1Como en otros filmes del director de VIOLA, no es necesario estar al día con la obra de Shakespeare para seguir la trama, aunque algún que otro dato pueda ser útil. Como en sus comedias, muchas veces el exceso de intriga romántica puede resultar confuso para el espectador, pero lo que Piñeiro logra es que la potencia del texto y la belleza de la puesta en escena supla lo que por momentos se hace arduo de conectar. Y lo logra con esa fluidez con la que milagrosamente conecta citas de las obras con textos de los actores sin que nos demos cuenta ni que suenen impostados o teatrales. Realistas no son, es cierto, pero los textos propios y los adaptados se combinan casi como en un nueva forma de lenguaje.

LA PRINCESA DE FRANCIA tiene, a diferencia de las anteriores películas suyas, una suerte de forma musical, combinando sueños, aparentes reiteraciones que no son tales, y una cantidad de idas y vueltas en los movimientos de los personajes que transforman el todo en una gran coreografía de voces, rostros y cuerpos. Componen, como el cuadro de Bouguereau que se cuela en forma de postal en varios libros que llevan los personajes además de verse en el Museo de Bellas Artes, una enrevesada figura de cuerpos femeninos enlazando a un hombre, que las manipula mientras las chicas hacen lo mismo con él y entre ellas mismas.

Piñeiro juega con las reiteraciones de frases (Sigal diciendo varias veces un mismo texto al micrófono, por ejemplo, con mínimas inflexiones) y de situaciones (Paula vive tres episodios que arrancan de manera muy similar pero luego difieren en mucho, seguidos por un cuarto que lo completa telefónicamente) para convertir a LA PRINCESA DE FRANCIA, como a la mayoría de sus películas previas, en una narración sobre la circulación del deseo, en esa línea que muchos han relacionado con el cine de Rohmer y Rivette pero que a esta altura ya alcanza la categoría de voz propia.

Princesa-Francia-Pineiro-microfono-600En la escena que abre el filme –un partido de Fútbol 5 visto desde una terraza con música de Schumann en un notable plano secuencia lleno de sutiles apuntes coreográficos– se ve claramente esa elección musical. Da la impresión que esa pelota que va de pie en pie, transformando a un bando en poderoso y al otro en débil, sintetiza visualmente buena parte de la acción de la película, por no hablar de alguna metáfora futbolística que en algún momento usé para referirme al cine del autor: la circulación coreográfica de un objeto deseado es claramente aplicable al deporte.

Da la impresión tras ver este filme que Piñeiro llegó todo lo lejos que deseaba respecto de este mundo específico, compuesto por los textos de Shakespeare cruzados con la realidad, un similar grupo de actrices y un ballet de luz sublime coreografiado por Fernando Lockett. El director ya habló de su intención de combinar estas búsquedas algunas veces más, aunque uno siente que tiene el suficiente talento como para salir de esa zona de aparente confort suyo como para intentar buscar nuevos horizontes y nuevos riesgos creativos y estéticos. El talento, el ojo, la imaginación, la inteligencia y la poesía las tiene –lo mismo que el gran equipo que lo acompaña detrás y delante de cámara–, por lo que LA PRINCESA DE FRANCIA podría ser también vista como una culminación –con epílogo incluido, que llega al final de los créditos– de una etapa de su carrera. La que lo convirtió en uno de los más grandes cineastas argentinos de los últimos tiempos. (Crítica publicada originalmente durante el Festival de Locarno 2014)