La posesión de Verónica

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El director de la trilogía de [REC] (las dos primeras en sociedad con Jaume Balagueró) se inspiró en el caso real de una adolescente madrileña que en 1991 sufrió todo tipo de experiencias paranormales tras jugar a la tabla ouija con sus amigas. El resultado es un sólido y eficaz thriller psicológico con elementos propios del terror sobrenatural.

La posesión de Verónica (su título original en España fue simplemente Verónica) está inspirada en el célebre caso de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una muchacha de 18 años residente del barrio madrileño de Vallecas que -no conviene adelantar demasiado- vivió situaciones por demás extremas.

Con ese material original -compilado directamente de los informes policiales de la época conocidos como Expediente Vallecas- Paco Plaza construyó un atractivo exponente de género que mixtura elementos propios del coming-of-age; del drama familiar (la protagonista está prácticamente a cargo de la crianza de sus tres pequeños hermanos ante una madre que trabaja de noche en un restaurante tras la muerte del padre); del terror religioso (Verónica va a un colegio católico y allí se vincula con una misteriosa monja ciega); “excusas” y justificaciones varias (un eclipse y la tabla ouija para el contacto con el “más allá”); el uso (sin abuso) de los efectos visuales para las escenas de alucinaciones, pesadillas y hechos sobrenaturales; y todo el arsenal vintage (incluso musical, con Maldito duende, de Héroes del Silencio, sonando una y otra vez en el walkman) propio de los años '90.

La debutante Sandra Escacena se carga la película al hombro, ya que está en prácticamente en todas las escenas: mientras cuida a sus hermanos, mientras interactúa con sus pares en el colegio o en una fiesta, mientras va experimentando de forma creciente en su propio cuerpo los efectos de la posesión (la acción transcurre a lo largo de tres días), y así... Una auténtica revelación.

No estamos ante una película brillante, ni siquiera frente a una demasiado sorprendente dentro de los cánones actuales del cine de horror, pero el valenciano Paco Plaza es un sólido narrador con buenas ideas visuales y los múltiples ingredientes de la receta están dosificados y esparcidos con criterio. En estos tiempos de indigestión con decenas de subproductos del género de terror no se trata de un mérito menor.