La Pivellina

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

La pivellina, de Tizza Covi y Rainer Frimmel se exhibió, junto a las dos películas anteriores de los directores, en el último Bafici, en donde Tizza Covi estuvo como jurado de la competencia argentina. La pivellina podría ser definida, veloz y vulgarmente, así: “una de los Dardenne pero luminosa y simpática”; “una de realismo europeo con alma, corazón y un poco de Rossellini”. También puede decirse que La pivellina es una de las películas imperdibles de este año, que puede describirse como la historia de un encuentro y de una convivencia. Una familia de gente de circo en la que se destaca la matriarca Patty, una cincuentona o sesentona con el pelo de estridente rojo, que encuentra una nena abandonada con una notita en la que la madre dice que por favor la cuiden hasta su regreso. La nena es Asia, “la pivellina”, de unos dos años, que pasa a formar parte de este grupo (y si Asia posee una enorme fotogenia, no menos enorme es la capacidad de Covi y Frimmel para captarla; no es nada fácil trabajar con niños de esa edad). Ojo, la película no es “una de gente de circo”, es una de gente que tiene un trabajo con temporadas altas y temporadas bajas, que vive en un barrio urbanísticamente feo de Roma, que tiene animales, que cobija a la encantadora Asia. Esta es una película que abre –con la cercanía de la aparente sencillez y la distancia y sensibilidad de verdaderos cineastas-observadores–, un mundo cercano, sensible, tangible. O, mejor dicho, un micromundo entrañable.