La Pivellina

Crítica de Fernando López - La Nación

Un film noble, generoso y conmovedor

Este multipremiado film, modesto en su producción, noble y generoso en su espíritu y, sobre todo, genuinamente humanista es una joya rara en el cine de hoy. Aquí la emoción no depende de manipulación alguna, ni del impacto visual, ni de los golpes de efecto, ni de las apelaciones sensibleras: emana de la intensa verdad de los personajes, del calor humano y la solidaridad sin retórica que ellos cultivan, y también del rigor puesto por los realizadores en el retrato de sus experiencias. Fogueados en el documental, la italiana Tizza Covi y el austríaco Rainer Frimmel se internan en una pequeña comunidad de artistas errantes e introducen un elemento de ficción que opera como catalizador para observar, manteniéndose siempre cerca del mundo real, cómo son y cómo viven.

La historia inventada es la de Aia, una nena de 2 años que ha sido abandonada en un parque y es recogida por una pareja y un adolescente pertenecientes a una pequeña troupe de artistas de circo que se ha instalado a pasar el invierno con sus trailers y sus pocos animales en un alejado suburbio de Roma.

La situación puede ser imaginaria, pero no se la ve (ni se la vive) como ficción fundamentalmente porque los personajes, el ambiente físico y social en el que se desenvuelven, sus hábitos cotidianos, sus sentimientos y sus alegrías simples son verdaderos. Cada uno se representa a sí mismo. Patti, una especie de Anna Magnani de pelo rojo, fuerte carácter y espíritu maternal; Walter, su marido, el alemán que es lanzador de cuchillos, entrenador de perros, payaso y forzudo, y Tairo, el adolescente que tras la separación de sus padres ha encontrado en ellos una familia sustituta. En medio del entorno precario (conviene aclarar que no hay aquí pizca de miserabilismo), de las tierras bajas, el clima hostil y los arduos trabajos que imponen tantas carencias, lo que se percibe es solidaridad, benevolencia y amor, un amor del que no hace falta hablar porque está en cada gesto.

Esa atmósfera es la que espera a Aia (Asia Grippa, una criatura de gracia absolutamente irresistible), que más que protagonista termina siendo un poco espectadora porque lo que importa en la película no es tanto la pequeña historia de sus días en el campamento sino el retrato de un grupo capaz de transmitir su saber y sus valores, de afirmar su identidad y de preparar a sus hijos para el cambio, y acaso también para un nomadismo que no será necesariamente sólo geográfico. Detrás de ese retrato, del tema del abandono y de la sensible aproximación al nacimiento del amor maternal y de los afectos sobre los que se construye una familia de veras (aunque sea una tan heterodoxa como ésta), hay una sutil observación del cuadro social. Los realizadores trabajan casi continuamente con la cámara en mano, lo que incide en el acercamiento afectivo hacia los cuatro personajes. Todos, por cierto, inolvidables.