La piel que habito

Crítica de Santiago García - Leer Cine

EL ABOMINABLE DR. LEDGARD

En su nuevo film, Almodóvar apuesta por completo al amor loco, a la cinefilia más rotunda y al deseo como el único motor de la existencia. Caminando por los límites del cine de terror, el director ha logrado reencontrarse a sí mismo y a uno de sus mejores

La piel que habito es la nueva película de Pedro Almodóvar. Su nombre, como el de ningún otro director europeo contemporáneo, remite instantáneamente a un universo, a una iconografía. También a un malentendido por el cual no son pocos los que creen que el director manchego es sólo Mujeres al borde de un ataque de nervios, la más popular de sus películas y a la vez una de las que menos lo representa como director. Almodóvar es La piel que habito. Es ese universo oscuro por momentos, y luminoso en otros. Es ese director capaz de mostrar optimismo en lo espacios más siniestros y de sumergirse en la locura como quien recorre un espacio conocido. Él mismo lo dejó en claro cuando filmó un film llamado La ley del deseo y cuando su propia productora llevó el nombre, justamente, de El deseo. Su obra está regida por esa única ley; su espacio es el de la pasión por encima de la razón, el de los caminos que recorren aquellos que saben que más allá de todo orden y civilización, algo primitivo, profundo e incontrolable habita en cada ser humano.

La piel que habito lo reencuentra a Almodóvar con sus aristas más insólitas e inverosímiles, las mismas con las que se han hecho gran parte de las obras maestras de la historia del cine. Se hacen presente aquí sus maestros, sus referentes cinematográficos por excelencia: Luis Buñuel y Alfred Hitchcock. Maestros del amor loco, estos dos cineastas no midieron ni especularon a la hora de exponer sus universos más oscuros y ocultos. Eso, y su genialidad cinematográfica, los convirtió en lo que hoy son en la historia del cine. Ambos sabían que el deseo era todopoderoso y que el ser humano se entrega al desastre con una convicción que contradice todos los instintos de supervivencia. Almodóvar lo sabe y repite esa misma historia en cuanta ocasión puede. Versión siniestra de Pigmalión (¿acaso no lo son todas?), Almodóvar cuenta la historia de ese objeto del deseo perdido y vuelto a reconstruir. Lo mismo se puede ver en Vértigo, de Alfred Hitchcock o en Más allá del olvido, de Hugo del Carril. No deja de ser interesante que aunque La piel que habito se base en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, sean muchas y muy fuertes las similitudes que tiene con la película Los ojos sin rostro (Francia, 1960), de Georges Franju, obra maestra del terror, verdaderamente de avanzada para su época y un clásico imprescindible. Un detalle: los guionistas de Los ojos sin rostro son nada menos que Pierre Boileau y Thomas Narcejac, los autores de la novela De entre los muertos, en la que se basa Vértigo, de Alfred Hitchcock. Todo este marco de referencias es para explicar que más allá de algún coqueteo con cierto tono plausible que Almodóvar imprime aquí o a allá, en el fondo estamos en el puro terreno de la licencia poética, del disparate total filmado con seriedad pero de forma autoconsciente. Tomarse literalmente esta película –o cualquier otra de la historia del cine- es perder el tiempo. Lo que debe analizarse, como en Buñuel, como en Hitchcock, como en el cine de terror también, es el universo de ideas que el relato expresa. La desesperación de un hombre que entra en un laberinto de locura, venganza y deseo. Un análisis minucioso de la obra nos llevaría a las interpretaciones más asombrosas, más aun si pensamos qué es lo que hace el Dr. Ledgard (brillante Antonio Banderas en la que tal vez sea su mejor actuación hasta la fecha). Es importante preguntarse qué es lo que hace el Dr. Ledgard, por qué lo hace, a quién se lo hace y finalmente cuáles son las consecuencias. Allí se verá claramente el riesgo y la fuerza de la película. Otro film de Almodóvar, justamente, se llamó Laberinto de pasiones. Pero acá la gran diferencia con el comienzo de su obra es que se coloca a sí mismo –el director/el cirujano- como centro de la trama, del desastre y de la locura. Lo mismo que hacía Hitchcock en Vértigo lo hace Almodóvar en La piel que habito: retratar su propia obsesión a través de un personaje obsesivo, enceguecido por la pasión y la locura. La diferencia entre Hitchcock y Almodóvar es que la perfección estética y la fineza del director inglés será siempre una meta inalcanzable para cualquier otro cineasta. Aun así, un buen programa es ver La piel que habito, Los ojos sin rostro y Vértigo todas en un mismo fin de semana. Aunque luego de semejante festín cinéfilo de amor fou es posible que no haya vuelta atrás. Y no debería haberla, porque es mejor sumergirse un par de horas en estos universos de deseo e intensidad convertidos en imagen cinematográfica que transitar por los mediocres caminos del cine naturalista.