La piel que habito

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

LA VENGANZA A FLOR DE PIELSobre lo amoral
Almodóvar, desde sus comienzos como cineasta, se ha destacado por pertenecer al selecto grupo de realizadores dueños de una poética de autor clarísima, una (est)ética que tiñe todos y cada uno de sus films y devela, a través de diversas estrategias, una clara intencionalidad, tanto a nivel del guión como de los recursos audiovisuales que conforman el aspecto formal del texto fílmico. Desde sus primeras películas de hace más de treinta años hasta el presente con su último film, La piel que habito, Almodóvar ha dado a conocer sistemáticamente su paleta de colores, su menú de sabores favoritos, esos temas recurrentes que son la columna vertebral de toda su filmografía. Y uno podría pensar, algo ingenuamente, que este director de 62 años, con casi veinte largometrajes al hombro, ha perdido la vitalidad que tanto le caracterizó durante toda su carrera.
Porque algo no se le puede negar a La piel que habito, y es eso: su vitalidad, su fiereza, su audacia. Se trata de uno de los films más arriesgados y extremos de Almodóvar, una mezcla de cine negro, thriller, ciencia ficción y melodrama que no dejará de sorprender a más de uno. ¿Y de dónde proviene este impulso, la fuerza que posee La piel que habito? ¿Qué es lo que lo hace tan fascinante? Dejando de lado la increíble fotografía y la gran solidez actoral, me atrevo a decir que el gran acierto de esta película es su estrategia narrativa, la forma en que suministra la información, no sólo con cuenta gotas, sino de la manera más cruel y perversa que podamos imaginar, sumergiéndonos en un mundo muy particular y haciéndonos olvidar o restarle importancia a ciertas falencias narrativas y desaciertos que en el momento generan incomodidad y desconcierto, pero que a la larga olvidamos.

Antonio Banderas y Elena Anaya, protagonistas del film.
La película nos presenta a un exitoso cirujano, Robert (y a ese le falta una "o") y sus experimentos clandestinos con una "paciente" que tiene encerrada en su mansión, Vera. Se trata de una mujer hermosa, de piel artificial perfecta, un misterioso personaje que lo tiene todo menos la libertad. El inicio del film nos dispara una ráfaga de cuestionamientos, todos en relación a un mismo punto: ¿quién es esa chica?. Y esto es lo que se nos contará de manera fragmentada a lo largo de la primera hora del film. Se podría dividir a La piel que habito en dos partes: una centrada en Robert, la otra en Vera. El hallazgo aquí es justamente el punto de giro, el quiebre en la narración antes de la mitad de la película: cuando el protagonista pasa de ser Robert a ser Vera. Detrás de este quiebre hay una clarísima intencionalidad.
La multiplicidad de géneros (o la ausencia de ellos) es algo que ha caracterizado a toda la filmografía de Almodóvar, y este es un claro ejemplo de ello. La transgénesis que experimenta Robert con la piel humana es similar a la que crea Almodóvar con su film: comienza como un thriller con aires de ciencia ficción y termina como un melodrama hecho y derecho, un acérrimo cuestionamiento de la identidad, de nuestra identidad. Y este cambio de registro es el que nos pone en jaque, principalmente a través de una de las claves en lo que respecta a la creación del suspenso: el espectador siempre sabe más que los personajes. Por momentos el film parece un paseo dedicado sólo a nosotros, y en todo momento se nos deja en claro que aquel mundo diegético que estamos viendo existe y subsiste a los personajes, los rodea y los supera. Almodóvar sabe utilizar el relato en función del espectador y de la creación de suspenso, nos compromete con información adicional mediante la cual nos introduce en lo atroz de esta historia, que lo es todo menos sencilla. Y esa es otra virtud: la eficacia para narrar algo tan complicado como la historia de La piel que habito es notable. La decisión de dividir el relato mediante un flashback es un gran acierto del director: se trata de un esquema diseñado para perturbarnos e introducirnos de lleno en la historia. Porque nada de lo que vimos hasta entonces es como creíamos. Una vez que sabemos el pasado, ¿cómo ver el presente?. Incluso luego de enterarnos de los hechos previos al presente (gran elección la de las placas que marcan el flashback) el rostro de Vera cambia, sus reacciones y sus facciones: ya no las vemos tan naturales como antes. Algo en ellas ha cambiado. Y entendemos lo que significa para Robert la aparición del personaje de Zeca y los hechos que el mismo desencadena (se trata de toda una secuencia criticada negativamente por muchos, pero que para mí es una pieza clave para comprender al personaje de Robert). Porque es la única forma. Y Vera ya es mujer, y Vera es ahora Vera. Y con el entierro de Zeca, Robert entierra no sólo a ese cadáver, sino también a su esposa y también a su hija, los entierra "bien profundo". Y Vera es ahora su mujer, Vera es ese otro femenino que a él le han arrebatado en dos distintas ocasiones y de maneras muy similares. Y Vera es, ahora, la protagonista del film.

Una trama inquietante, plagada de metáforas, un film fascinante y difícil.
Porque lo interesante aquí es que no se trata de un golpe bajo final, de un nocaut caprichoso por parte del director, sino que forma parte de un mundo (almodovariano desde la raíz) que, aunque ficticio, está allí presente. Frente a nuestros ojos. Y somos los únicos capaces de percibirlo (casi) en su totalidad. No es casualidad el título de la película, no es casualidad la primera persona que habla. Presenciamos, una vez más, a Almodóvar hablando sobre sí mismo, a Almodóvar hablando de Almodóvar en un film para el cual reescribió el guión durante varios años. Se trata de su piel, se trata de su vida, y esto se ve reflejado en el film. La cara y la contracara, la piel perfecta de Vera contra la piel rugosa y manchada de Robert. Pura metáfora, puro símbolo. Todos los personajes juegan roles clave, porque son todos reflejos de los otros y de ellos mismos. En el triángulo Robert-Vera-Zeca se ven condensados dos triángulos previos en la historia (posteriores en lo que es el relato, en términos de Jacques Aumont): el triángulo entre Robert, su esposa y Zeca, y a su vez Robert-Norma-Vicente. Y al darle fin a ese triángulo, al enterrar el origen, el trauma (al dar lugar al olvido), es que Robert logra superar sus recuerdos y engañarse, y es ahí que Vera deja de ser su experimento y pasar a ser una persona.
Pero una foto de Vicente basta para que Vera vea. Y eso es todo. No hay forma de aplacar la venganza, no hay opio que nos haga olvidar. La crisis de identidad se torna espesa, la justicia irrumpe y llega el momento de verse a uno mismo, de encontrarse en uno. La intensa escena final es desgarradora, y la última línea nos llega como un eco desde más atrás de la pantalla, desde dentro de la piel de quien verdaderamente nos habla.