La piel que habito

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Retrato de una obsesión

En la etapa más reciente de su ya prolongada carrera, Pedro Almodóvar se ha sentido fascinado por los géneros, especialmente por el thriller y el film-noir. Aquí, propone una relectura de los clásicos de suspenso de Fritz Lang y de una de sus pelícujlas favoritas, Les yeux sans visage (1960), de Georges Franju con Pierre Brasseur, mezclada con el mito de de Prometeo (que a su vez es el origen del Frankenstein, de Mary Shelley) para narrar los experimentos que un brillante y psicopático cirujano plástico (Antonio Banderas, en su reencuentro con el director) realiza en su propio laboratorio para cambiar la piel (y luego también el sexo) de una de sus víctimas (Elena Anaya), a quien mantiene encerrada en una suerte de cárcel de lujo.

En verdad, La piel que habito combina varios temas, climas y géneros: es una historia de amor, obsesión, manipulación y venganza, un retrato de una familia salvaje y amoral con al gran Marisa Paredes como la madre de Banderas, un ensayo sobre los excesos en la bioética y una desgarradora mirada al abuso de poder que combina también elementos propios de la ciencia ficción y la comedia negra.

A partir de la novela Tarántula, del francés Thierry Jonquet que el propio realizador de Atame y Matador modificó a su gusto, Almodóvar propone una explosiva combinación de incisiones en los cuerpos, perversiones varias, relaciones posesivas, escenas sexuales y disparos a quemarropa. Una mezcla que funciona bastante bien (hay altibajos, pero también grandes momentos) y que definen el actual estado de las cosas en el universo de este cambiante, pero siempre provocativo y singular artista.