La piel que habito

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Hay dos momentos en los que La piel que habito pone en evidencia su procedencia: el ingreso a la casa del Hombre tigre, el hijo bestial de la sirvienta, personaje del melodrama más acérrimo que interpreta Marisa Paredes. Minutos que son un vértigo de situaciones bien almodovarianas: el habla del personaje, la violencia contra su madre, la irrupción y violación de la joven cuidada en la habitacion-carcel vigilada especialmente y finalmente la muerte en manos del héroe (?). Esa casa hasta esa instancia inexpugnable, la mansión de un cirujano plástico renombrado.

El otro momento: el plano final con la presentación de ese "yo" diferente, plano interrumpido abruptamente por los títulos, como una nota musical seca y terminante que da su tesis precisa para que no quepan dudas dónde está el problema central de la película.

No hay lugares a salvo en La piel que habito. Tampoco hay cuerpos a salvo.

En esos dos momentos está Almodóvar, para los que lo buscan. No en el tratamiento gélido de sus composiciones de color, o la correcta y refinada propuesta de uno de sus actores fetiche, o en la historia de venganza desmedida que tiene por detrás más vínculos con el melodrama y la tragedia, y toda la referencia mitológica, literaria e incluso cinematográfica de la "construcción" de la mujer ideal. Tampoco está siquiera en la música (que muchos coinciden es casi lo mejor del film) de Alberto Iglesias, recurso que es importante en toda la filmografía de Almodóvar o en las propuestas simbólicas: citas a la maja desnuda, costureras y costureros que cosen vestidos como el cirujano cose la piel, Louise Bourgeois. Incluso en lo más parecido a la perversión de Cronenberg y Dead Ringers o al voyeurismo de David Lynch en Terciopelo azul.

La piel que habito es lo que es: una piel que no se quiere habitar, a la que se llega violenta e involuntariamente tras una máscara de pulcritud exasperante. Interesante esto de nunca involucrar al espectador. Todo es demasiado fuerte, demasiado provocador para su comodidad. Nada hay de conmovedor en todo eso, y es porque no tiene que haberlo. Porque a un tipo como Almodovar le viene en ganas. Y está muy bien. Almodóvar, que nunca le temió a los cuerpos (ni a los fantasmas), va un poco más allá en la cuestión actual de las problemáticas del género, el transgénero y las disforias del cuerpo: para un director para el que los cuerpos (sobre todo femeninos) siempre son punto de encuentro (Inolvidable Hable con ella ) la vuelta de tuerca está en el punto de la ficción que bordea la parodia, que anuda la historia real, que se pierde en los laberintos de las pasiones desmedidas: esta es la ciencia ficción que evidencia La piel que habito. Una ciencia ficción no tan lejana de lo real que la subyace.