La Patota

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Tinayre la tenía más clara

Como ya es sabido, ésta es una versión aggiornada de una historia moral que ya pasa el medio siglo, pero todavía tiene sentido. La escribió Eduardo Borrás, exiliado español, guionista habitual de Hugo del Carril, y la filmó Daniel Tinayre en el año del sesquicentenario de la Revolución de Mayo, 1960, con Mirtha Legrand recién treintañera. En esa historia, una mujer idealista se acerca a un colegio nocturno para enseñar algo medio abstruso para los alumnos, filosofía, y es sorpresivamente violada por un grupo de jóvenes, probablemente de la comunidad, que la dejan embarazada. Aun así, ella insiste en seguir cumpliendo su labor educativa en ese lugar. Incluso llega a enfrentarse con su padre, que es un juez retirado, y con las autoridades del colegio. Le va mal, pero al menos esos jóvenes reflexionan sobre el daño que le han hecho, se arrepienten y la ayudan. Eso, en la historia original de 1960.

¿Reflexionarán y se arrepentirán los jóvenes de esta nueva versión? ¿Alguien les inculcará responsabilidad y sentimiento de culpa? Pero antes, ¿qué piensa enseñarles la profesora? ¿Desde qué posición social mira a los alumnos? ¿Llega a comunicarse con ellos, como al fin se comunicaba la anterior? ¿Y por qué decide continuar con su embarazo y con su cargo? La anterior lo hacía por su formación religiosa y sentimiento social.

En la nueva versión escrita por Santiago Mitre y Mariano Llinás poco después del Bicentenario, ambientada en las afueras de Posadas, Misiones, el personaje principal (Dolores Fonzi) es una joven abogada, hija de un juez en actividad, decidida a poner en práctica un proyecto de enseñanza de derechos políticos en las escuelas. No lo hace por vocación docente, sino por el "qué dirán" de otros miembros del proyecto, a quienes, dicho sea de paso, jamás tendremos el gusto de conocer. Hay una discusión muy interesante al comienzo, sobre el distinto compromiso político de dos generaciones, donde el padre le pide argumentaciones y ella sólo emplea chicanas. En otros diálogos (ninguno de ese nivel), agregará desplantes y empecinamientos.

Tampoco se entiende con los destinatarios del proyecto. Tal como quiere enseñarlo, sin ninguna habilidad didáctica, los chicos no le encuentran sentido (¿cómo, según dice, el educador va a ser empleado del educando?), no le reconocen autoridad y, además, la rechazan por "caté, algo así como "finoli" en guaraní. Se quedan cortos. Ella es "iyag", agria, antipática, en guaraní, "iyarhel" en yopará, amén de "pytaguá, forastera. En la educación popular politizada, que es lo que pretende, lo suyo viene con atraso. Ignora las pautas de la "Pedagogía del oprimido", de Paulo Freire, abc del asunto desde hace también más de medio siglo.

En síntesis, lo suyo es árido, contraproducente, y más dañino que el paternalismo que le reprocha a su padre. Pero esas consideraciones quizá queden como materia de discusión para militantes actuales de cualquier signo, si es que discuten algo constructivo en sus reuniones. Como en su anterior "El estudiante", Santiago Mitre pone a la vista las limitaciones de los nuevos "salvadores de la Patria" y deja que el público opine. Y va todavía más allá en la segunda parte del film, cuando pasa lo que pasa y la víctima se emperra en proteger a sus victimarios, acusando a la Policía y demás instituciones del Estado por razones tal vez ideológicas, algo que el público común no querrá entenderle. No lo entiende ni siquiera el padre.

Los alumnos le dirían "akahatá, cabeza dura. Las feministas le dirán cosas peores. Sin embargo, lo suyo es coherente con un pensamiento impuesto en los últimos tiempos entre algunos que quieren salvar el mundo aun a pesar de sí mismos y del propio mundo. Coherente, y difícil de acompañar. Ése es el sentido de la toma final, y eso es lo que cuenta Mitre, con algunos juegos modernosos de tiempo y lugar, y una entretenida secuencia con policías de métodos medievales, brutos al cuadrado, pero eficaces.

Particularmente elogiables las caracterizaciones de Oscar Martínez en el papel que antes hizo José Cibrián, y Cristian Salguero como el jefe del grupo (un actor misionero, padre de familia, cuyo rostro conviene tener en cuenta para nuevas películas). Luego, Esteban Lamothe con tonada y peinado nuevo en rol de novio malquerido, y Laura López Moyano como la docente que ayuda a la nueva. Para discutir, entre otras cosas, la frase "Cuando hay pobres en el medio, la Justicia no busca la verdad, busca culpables", frase clasista y demagógica bastante peligrosa. Para rever, y apreciar de nuevo más allá de su estilo envejecido, "La patota" de 1960.