La Patota

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Desde ella

La remake del film homónimo dirigido por Daniel Tinayre en 1960, puede pensarse como un extenso primer plano de su protagonista Paulina (Dolores Fonzi). La seguimos a ella de cerca durante todo el relato pero sin entrar jamás en su cabeza. Descifrar su interior, sus dilemas, será la clave de la película adaptada por Santiago Mitre y Mariano Llinás, que fue premiada en el 68 Festival de Cannes.

El relato abre con un extenso y áspero diálogo inicial en plano secuencia, que mantiene la abogada Paulina (Fonzi) con su padre, el juez Fernando Vidal (Oscar Martínez). Ella construyó su identidad desde la oposición a la idea de justicia institucionalizada que representa el hombre, ineficaz ante sus ojos en su capacidad transformadora. Por tal razón deja su promisoria carrera de abogada para irse a trabajar de maestra rural para un programa de alfabetización en un marginal barrio de la provincia de Misiones. Paulina y sus ideales chocan con la realidad: La diferencia de idioma y de clase social primero, la corren de la utopía burguesa imaginada, hasta la violación propiciada por la patota del título después.

La Patota (2015) es una película diseñada desde y para la clase media. Desde ese lugar plantea los discursos burgueses y sus ansias de cambio social, uno utópico (transformador), el otro apegado a las normas (conservador y legitimado). En la diferencia de posturas ideológicas (de poder, de justicia) se centra el relato, dejando a los destinatarios de tales acciones en otro espacio. La realidad a transformar aparece siempre en segundo plano, de fondo, inclusive fuera de foco. No es la intención del film la denuncia, sino socavar en el conflicto interno de su personaje principal.

Vemos en el film un marcado uso de los puntos de vistas, claramente contrapuestos y focalizados en Paulina -y su padre en menor medida- desde la primera escena. Si bien es cierto que en un momento la mirada reposa en el punto de vista del violador, no será para graficar su visión sino simplemente para darle humanidad al personaje y evitar caer en la estigmatización de los victimarios. Se nota incluso forzada la necesidad del director Santiago Mitre de evadir la esquematización de situaciones haciendo foco en la complejidad de las mismas, abriendo el abanico de posibilidades interpretativas sin dar jamás una solución al conflicto.

Estamos ante un cine descriptivo más que narrativo (la gran diferencia con la original), que rodea a los personajes observándolos sin entrar de lleno en sus pensamientos. De este modo, se busca la reflexión del espectador que debe enfrentase a sus propios dilemas morales, tocando puntos sensibles por el trasfondo del tema abarcado. Mitre realiza un juego de temporalidades (también estaban en la película protagonizada por Mirtha Legrand, aunque con intenciones netamente narrativas), al saltar y volver sobre el tiempo narrado con el fin de retomar el hecho conflictivo desde diferentes ángulos. Este recurso recupera la complejidad del caso y le da matices a las decisiones de Paulina, quién se piensa a sí misma como una víctima común accionando de manera extraordinaria. Ninguno de los personajes comprende su actitud ante el abuso, se trata entonces de respetar las decisiones ajenas por más incomprensibles que parezcan.

Una interesante nueva versión de La patota (1960) que se hace eco de los debates políticos contemporáneos y las distintas reacciones ante un hecho de inseguridad y violencia de género, con su posterior reclamo de justicia. Sin nunca dar soluciones pero generando la discusión al respecto.