La parte de los ángeles

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

La parte tibia del wisky

La parte de los ángeles (además de ser el título de la película en cuestión, dirigida por Ken Loach) es una frase que se refiere a un proceso que sucede cuando se abre un barril de whisky. Parece que en ese momento hay un porcentaje de alcohol que se evapora y se pierde; para quienes quieran verlo poéticamente, esa pequeña porción que se esfuma, se dice que se “comparte con los ángeles”. Lo clave del título es, en este caso, la pérdida. De alguna forma todos los personajes perdieron algo en el proceso de su vida, como todos nosotros seguramente, pero esa pérdida los une y además, hace que puedan compartir lo que les queda, aquello que todavía no se destruyó, mensaje positivo si los hay.

Los personajes son presentados en un juzgado, uno por uno, delito de por medio, y son sentenciados a hacer trabajos comunitarios durante un tiempo. Es así como conocen a Harry, un señor gordito, solitario y agradable (juzguen ustedes si les suena esta descripción) que se encariña especialmente con Robbie, otro de los personajes principales de esta película. El resto: Rhino, encarcelado por hacer algunos disturbios en los monumentos de Glasgow, Albert un ignorante en su máxima potencia y Moe, una chica que no puede salir de los pequeños placeres delictivos, especialmente los robos sin demasiada importancia.

Ronnie, por otro lado, con un historial policial más importante, está en pareja con una chica rubia y adinerada llamada Lonie (esto sí que suena trillado) y acaban de tener un hijo en común. Obviamente la familia de la chica, tan mafiosa como Ronnie pero con plata, no está de acuerdo con esta relación (habrán visto esta historia ciento de veces en las novelas de la tarde).

Lo demás sucede entre destilerías de whisky, reuniones de catadores y un plan algo simplón de robo, con la idea que este delito hará al grupo tener un futuro mejor, cualquiera sea el significado que cada uno de los personajes le dé a esto.

Es una película ideal para quienes quieren ver algo cálido, lo que significa también tibio, cómodo y optimista. Observar cómo un chico de clase baja que se pasó la vida inhalando cocaína y pegándole a quien se le cruzó por el camino, al sostener a su hijo en brazos por primera vez cambia su mirada ante las cosas (aunque por suerte, no tanto, sino ya sería demasiado).

A Ronnie lo queremos, como al resto del grupo, y mucho más a Harry, ese señor adulto que le enseña a este muchacho cuál es su talento: el olfato y su capacidad de catar whiskies. Y además guía a los personajes por el “camino correcto”, porque parece que hay un camino correcto, ¿no? Todos son adorables, sí y también algo aburridos.

Esta es una comedia que personalmente no me hizo reír demasiado. Los personajes no tienen matices, como si mágicamente todo eso que los llevó a la cárcel desapareciera. Está claro que la unión y la empatía con un grupo de semejantes ayuda, por supuesto, pero deduzco que hasta en estos casos los roces, las contradicciones y hasta el pasado hacen tensión y generan ruido. Pero no, en La parte de los ángeles esto no sucede. Los pocos conflictos que hay se esfuman plácidamente como el alcohol que se pierde cuando se abre el barril, algo poco creíble para una espectadora que evidentemente cada vez se vuelve más cínica. Tampoco el relato es para destacar, acompaña la escueta historia que se está contando. En todo caso, la película no está mal, pero para mí esto no es suficiente.

Si quieren ver un lindo final, sonreír y sentir que a pesar de todo hay posibilidades de un “mundo mejor” (aunque sea para algunos) entonces acomódense tranquilamente en sus butacas que esta película es para ustedes.