La parte de los ángeles

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Manual de perdedores

Comedia agridulce en la que cuatro jóvenes marginales buscan alguna redención.

Algunos lo verán como un rasgo de coherencia; otros, de repetición: en La parte de los ángeles, el viejo Ken Loach se mantiene en su vieja línea del realismo social, firme en el punto de vista de las víctimas -que al parecer siguen siendo muchas- del conservadurismo tatcherista y sus derivados. En este caso, a través de una comedia agridulce, lo que tampoco es novedoso en su filmografía. Una película fresca y emotiva, es cierto, aunque también podría decirse: ligera y algo manipuladora. Una pequeña fábula con su correspondiente moraleja.

En la primera parte, el joven Robbie (Paul Brannigan), condenado a trabajos sociales por un incidente de su pasado agresivo, intenta escapar de una violencia que tiene gran parte de su origen, aunque él no lo sepa del todo, en las leyes de mercado. Entre medio habrá búsquedas, retrocesos y un intento de redención, junto con otros tres marginales y un hombre bonachón que fiscaliza el cumplimiento de la probation de Robbie.

La película se traslada desde una Glasgow plomiza hasta una luminosa Edimburgo; desde la ley de la calle, a puro puñetazo y borracheras, hasta la del refinado mundillo de la cata de whisky; desde el drama a la comedia. Con un humor de trazo grueso: verosímil para los personajes que el filme retrata. Lo que no es tan verosímil es la media hora final, cuyo sencillo desenlace podría corresponder al de cualquier comedia masiva, con “mensaje” y golpe de efecto sentimental incluidos.

Y sin embargo, aun en la medianía, el talento de Loach: para filmar criaturas queribles, para contraponer -sin retórica- a ganadores y derrotados del sistema, para captar la esencia del capitalismo en la mera secuencia de una subasta.

Y la actuación magnífica de Brannigan, que estuvo realmente en la cárcel y que no es actor profesional. Al verlo moverse en jogging por las calles de Glasgow, chiquito pero sacando pecho, orejón, la mejilla cruzada por una cicatriz, con mirada amenazante y triste, la de un animal atrapado en su trampa, uno siente que podría ser cualquier joven marginal de acá o de allá, el origen es el mismo.