La parte de los ángeles

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Whisky para robar

Así como 21 gramos refería a un peso misterioso que expulsan los que pasan a mejor vida, La parte de los ángeles del veterano Ken Loach (Inglaterra, 1936) nombra el dos por ciento de whisky que se evapora anualmente de los barriles que conservan la escocesa sustancia. Eso les dice una guía de destilería al grupo de protagonistas del filme, reincidentes condenados a trabajos comunitarios entre los que destaca el orejudo Robbie (Paul Brannigan), un muchacho con modales de vándalo pero de buen corazón que se ve obligado a cambiar de rumbo una vez que tiene un hijo con su novia.

El didactismo con el que son recibidos los protagonistas en esa destilería es el mismo que Loach pone en práctica para desplegar su fábula social: Robbie simplemente no ha tenido suerte, pero con una buena idea y otra dosis de empeño tal vez pueda hacer que todo mejore. En todo caso, la picardía de la cinta está en que para alcanzar la redención deseada Robbie debe cometer una acción ilegal: robar un whisky carísimo para revenderlo en el mercado negro y con eso salvar a sus compinches, hijo y pareja.

Será esa segunda parte de picaresca malhechora la que entregue lo mejor de La parte de los ángeles, mientras que la primera no se decide del todo entre el naturalismo dramático de los barrios bajos de Glasgow, los gags desenfadados que tienen al borrachín Albert (Gary Maitland) como bufón estelar o la postal del mundo del whisky.

Entre algunos momentos graciosos y un par de chistes malos, un devenir un tanto predecible y escenas de grácil suspenso, un planteo a veces en serio y otras en joda, La parte de los ángeles no altera la carrera irregular de Loach pero ofrece un fluir agradable, vagamente optimista, que hace de la cinta más un pasatiempo humanista que una verdadera problematización de la sociedad escocesa y su injusticia universal.

A pesar de que queda la sensación final de que la película es tan vaporosa como el whisky hecho aire, Loach al menos se ahorra los "mensajes" y se da el gusto de contar una historia moralmente caprichosa con cierta libertad y el contagioso plus humano que destilan sus personajes, y eso ya es suficiente para compensar cualquier derrame.