La panelista

Crítica de Manuel Germano - Ociopatas

Este jueves llega a las salas de cine “La panelista”, una coproducción argentino – chilena de la mano del director Maximiliano Gutierrez (“Eso que nos enamora”, “Tokio”), que pone el foco en los limites inimaginables que cruza una panelista de un programa de chimentos para intentar mantenerse en el lugar que cree que merece. La película cuenta con un variado elenco que tiene a Florencia Peña como protagonista, acompañada por Favio Posca, Soledad Silveyra, Diego Reinhold, Laura Cymer, Gonzalo Valenzuela, entre otros.

Que la televisión se maneja por el rating momento a momento, y que sus realizadores son capaces de cualquier cosa por llevarse los mejores números de rating de su franja es algo que todos sabemos. Que en los programas de chimentos el panelista que trae la noticia “más importante” (en función de lo que a ese programa le interesa, claro) es el que puede tener más minutos en pantalla en comparación con el resto, también. Gutierrez decide llevar esas premisas a la pantalla grande a través de la historia de Marcela Robledo, una panelista de un programa de chismes que descubre una noticia que la puede transformar en la estrella del canal: la verdad sobre lo que le aconteció a un galán chileno es una primicia que ella tiene y que decide contar. Los límites que cruza, sin embargo, son demasiado riesgosos.

Si bien la trama es básica, uno podría esperar de la película una comedia ácida sobre lo que sucede puertas adentro de un canal, con ciertos guiños y porque no “criticas” al mundo del espectáculo y de los panelistas, el rating, la competencia, los “casting sabana”, etc. Sin embargo “La panelista” se arriesga mucho más y el saldo no es positivo. Gutierrez lleva las situaciones que relata la película a un extremo tal que la torna inverosímil. Los hechos que acontecen son tantos y tan continuos que no se hace hincapié en ninguno de ellos, pues son tratados con una superficialidad que repele.

Los personajes, casi caricaturescos y sin profundidad, responden a estereotipos obvios y previsibles: el conductor estrella egocéntrico que no quiere ser reemplazado, la panelista que tiene su lugar por su relación con el líder del equipo, la oportunista que daría cualquier cosa por conseguir ese puesto que anhela, el “serio” del equipo al que no le dan el lugar que desea porque sus informes no rinden, y así cada uno de los roles.

Si la idea era mostrar que este tipo de programas se rige por principios que son repudiables no hubiera sido necesario relatar una historia tan siniestra como ridícula (es decir, de acuerdo a la RAE “Que por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa”).

“La panelista” intenta enmarcarse a partir de un determinado momento de la trama en un thriller – pues el devenir de los diferentes acontecimientos así podrían haberlo permitido – pero todo acontece de forma tan efímera, superficial e intrascendente que esa intención queda en el camino, pues lo que menos genera “La panelista” es estremecimiento o emoción.