La odisea de los giles

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

No es de extrañar que a partir de la fórmula Sacheri novelado + cine comercial se busque lograr un producto ganchero, popular y con connotaciones ideológicas que conmuevan al espíritu criollo que todos llevamos adentro. En estos casos caminamos por la cornisa de las miradas simplistas pero con pretensiones de autenticidad y profundidad universal. A falta de un cine político hoy, queda el espacio abierto a búsquedas edulcoradas sustentadas por un casting modelo tanque australiano. Si miramos el contexto sociopolítico actual, el de estos días sin ir más lejos, este filme entretenido y convocante le va a resultar familiar y empático a más de un espectador.

La odisea de los giles es la transposición cinematográfica de la novela “La noche de la usina” (2016) del escritor y guionista Eduardo Sacheri, más conocido en el ámbito cinematográfico por su trabajo junto a Juan José Campanella en El secreto de sus ojos (2009) que le ha valido premios y reconocimiento internacional.

En este caso el guion es factura del propio Sacheri junto al director del filme Sergio Borenstein. Es llamativo que sobre la novela original los cambios aplicados en el filme desvirtúen la idea de lo “colectivo” como motor ideológico y actante de la evolución del conflicto para llevarlo al territorio de lo individual y del protagonismo de uno por sobre otros. Para esos fines crean un líder espiritual que atomiza la condición política del pensamiento coral y colectivo, el que realmente funciona como metáfora social para la trama original. Un detalle nada menor es que este personaje líder, es encarnado por Ricardo Darín.

La trama intenta presentar un relato coral, una serie de personajes pueblerinos unidos por la venganza que desata una estafa social tan grande como fue la del 2001. El desastre bancario, entre otros horrores, muestra en el relato como algunos volvieron a estafar a los ya estafados, pues era un momento en que este país era tierra de nadie y pan comido para los vivos. Fermín es un ex jugador de futbol y junto con su esposa (Ricardo Darín/Verónica Llinás) quiere recuperar una acopiadora de granos para crear una cooperativa.

Para esta gestión lo ayuda su amigo y vecino Fontana (Luis Brandoni) un ex anarquista dueño de una gomería. En la lista de convocados al proyecto entran los personajes de Belaunde (Daniel Araoz) el peronista contrera de Fontana, Rita Cortese la dueña de una empresa de transporte y su hijo díscolo Marco Antonio Caponi, más el loco lindo que vive con toda su familia al borde de la laguna, Medina (Carlos Belloso), se suman los hermanos Gómez (Alejandro Gigena, Guillermo Jacubowicz) y el hijo de Fermín que es el mismísimo Chino Darín. Sin duda el afiche de la película y la lectura del elenco nos recuerdan a la otra fantasía de venganza (modelo individual) que fue Relatos salvajes (2014).

La odisea de los giles respira un aire al cine de Campanella, por cierta intención de artificio costumbrista, sus toques remarcados de humor, el ya conocido estilo sentimentalista y los conflictos de color local. Borenstein suma su manera de narrar con diferencias personales digamos, de estilo, como por ejemplo el uso de la música, con una selección de hits nacionales – que me recuerda al estilo Luis Ortega – más aún con el remate de la historia en un estridente “No llores por mi argentina” cantado por el icónico Charly.

Borensztein declaró en una entrevista que su filme “Es una película antigrieta”, creo que para lanzar semejante certeza de tono ideológico el relato carece de consistencia. El uso de la palabra giles toma protagonismo en un breve monólogo al final del filme y allí nos propone ver a sus personajes como unos bobos oprimidos que cada tanto pueden pegar el zarpazo. Es un pena que no se rescate otra imagen más inquietante, una que no sea la de los bobos, sino la de aquellos ingenuos que unidos en una causa colectiva podrían restaurar el orden perdido.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria